Título original: Amen. Año: 2002
Origen: Francia / Alemania / Rumania / Estados Unidos. Duración: 132 min.
Color. Idioma: inglés / francés / italiano / alemán
EQUIPO TECNICO
Director: Costa-Gavras
Guión: Costa-Gavras / Jean-Claude Grumberg sobre la pieza de Rolf Hochhuth “El vicario”
Productor: Claude Berri
Música original: Armand Amar
Fotografía: Patrick Blossier
Dirección de reparto: Florin Kevorkian / Sabine Schroth
Diseño de producción: Ari Hantke
Escenografía: Carmen Pasula
Diseño de vestuario: Edith Vesperini
Efectos visuales:Luc Augereau
REPARTO
Ulrich Tukur (Kurt Gerstein)
Mathieu Kassovitz (Riccardo Fontana)
Ulrich Mühe (Doctor)
Michel Duchaussoy (Cardenal)
Ion Caramitru (Count Fontana)
Marcel Iures (Papa)
Friedrich von Thun (Padre de Gerstein)
Antje Schmidt (Sra. Gerstein)
Hanns Zischler (Grawitz)
Sebastian Koch (Höss)
Erich Hallhuber (Von Rutta)
Burkhard Heyl (Director
Angus MacInnes (Tittman)
Bernd Fischerauer (Obispo Von Gallen)
Pierre Franckh (Pastor Wehr)
Richard Durden (Embajador Taylor)
Monica Bleibtreu (Sra. Hinze)
Justus von Dohnanyi (Baron Von Otter)
Günther Maria Lamer (Pastor Dibelius)
August Zirner (Von Weizsäcker)
Horatiu Malaele (Fritzsche)
Ovidiu Cuncea (Stephan Lux)
Michael Mendl (Monseñor UDLA)
PREMIOS
Nominada al Oso de Oro, festival de Berlín, 2002
Ganadora del César 2003 a Mejor Guión Original o Adaptación: Costa-Gavras / Jean-Claude Grumberg
Nominada César Mejor Actor:Mathieu Kassovitz
Mejor fotografía: Patrick Blossier
Mejor director: Costa-Gavras
Mejor película: Costa-Gavras
Mejor música original: Armand Amar
Nominada a Mejor Actor europeo 2002: Ulrich Tukur
Premio Lumière, Francia 2003: Mejor película
COMENTARIO
El afiche original de “Amén” presenta una cruz cristiana transformada en cruz gamada roja sobre fondo negro, que encierra a los dos protagonistas de la película: un oficial nazi y un sacerdote, que intentan con sus denuncias alertar al Vaticano y a la comunidad internacional para detener el genocidio. La jerarquía católica actual reaccionó indignada ante esa identificación de su símbolo máximo con el nazismo, y en España ese cartel ha sido modificado.
Tema de cientos de films de propaganda de los Aliados, el mismo Costa-Gavras había tratado el Holocausto en su “Mucho más que un crimen” (The Music Box, 1989). En “Amén” lo aborda desde otro ángulo: el de quienes, desde adentro del sistema, ejercieron la resistencia activa. La película se basa en la obra teatral "El vicario" de Rolf Hochhuth, que causó un gran escándalo cuando su estreno, en los ‘60. La obra teatral y la revisión de la historia obligaron a las jerarquías católicas a sacar a la luz un tema que preferían mantener oculto: el silencio del Vaticano ante el genocidio nazi. Uno de los protagonistas de “Amén” es un oficial alemán, Kurt Gerstein, personaje real, el ingeniero químico que tenía a su cargo el suministro y el asesoramiento del uso de los químicos necesarios para hacer funcionar las cámaras de gas que a diario mataban miles de judíos en Polonia. Ingenuo al principio, ignorante de lo que en realidad estaba aconteciendo, cuando se entera Gerstein (Ulrich Tukur) intenta desesperadamente informar a los diplomáticos y a las iglesias protestante y católica sobre el exterminio. Encuentra un aliado en el jesuita Riccardo Fontana (personaje de ficción, interpretado por Mathieu Kassovitz), hijo de un noble que cumple funciones de primer nivel en el Vaticano. Ambos no se detendrán hasta llegar a Pío XII, pidiéndole que interceda ante Hitler. Ese cura de pureza franciscana se estrellará varias veces frente a palabras tales como paciencia, ecuanimidad, sensiblería, perseverancia y diplomacia, con las que el poder disfraza su hipocresía. Es histórico el silencio cómplice del Papa frente al genocidio, por el cual se lo juzga hoy. Pero la película no es lapidaria con Pío XII: prefiere mantener cierta distancia, incluso desde la cámara, reservando un solo primer plano de su rostro en un momento en que parece comprenderlo. Sin embargo, Pacelli había vivido en Alemania antes de su pontificado, conocía a Hitler y su intervención podría haber cambiado la Historia. Nada de eso se menciona aquí.
Por cierto que el film no se ocupa sólo de la vista gorda de los altos mandos eclesiales sino de la indiferencia silenciosa en general, que existió en todos los ámbitos: el de quienes se negaban a aceptar una conducta indigna de sus compatriotas, el de los Estados Unidos, el de tantos obispos y arzobispos, que veían en Hitler a un aliado contra el comunismo, el de los protestantes, el de la Sociedad de Naciones. Frente a ellos, la resistencia de los protagonistas es un grito a oídos sordos. Obviamente, el film no sólo habla de ese preciso momento histórico; toda similitud con nuestra propia historia reciente no es casual. El propio director ha trazado el paralelo con el genocidio argentino, ejecutado en medio de carteles que rezaban "El silencio es salud".
La posición del oficial alemán es muy compleja: amante de su país y de sus connacionales, sus principios religiosos y morales lo obligan a denunciar a los suyos, sabiendo que "los que traicionan a su propio país son siempre sospechosos". Y al mismo tiempo, continúa proveyendo el gas letal. Como si un piloto de los vuelos de la muerte sobre el Río de la Plata hubiera denunciado esos vuelos... en el momento en que los llevaba a cabo.
Sin embargo, Costa-Gavras no explota esta ambigüedad. Su cine nunca se distinguió por la sutileza. Sus films son gritos de denuncia, a veces panfletarios, frente a hechos y sistemas de injusticia establecidos. Por lo tanto, Amén (como Z, como Estado de sitio o Desaparecido) expone situaciones muy definidas, y sus personajes son casi estereotipos. Unívocos, adoptan una actitud al principio de la película y la sostienen hasta el final, hasta sus últimas consecuencias, sin una cuota de sorpresa. El oficial alemán perseverará con su denuncia aunque con ello arriesgue su vida, el sacerdote no se detendrá hasta el campo de exterminio, el Papa mantendrá su actitud de silencio. Un leitmotiv del film es la imagen de los largos trenes con sus vagones de carga de ganado (abiertos si van vacíos, cerrados si llevan su cargamento humano); en contrapunto, el otro es el consumo de champán y alimentos exquisitos por parte de los nazis y de la cúpula vaticana en ambientes palaciegos, y todos ellos son seres despreciables. En cambio, el jesuita respira santidad -y la interpretación de Kassovitz es el mejor punto del film.
El epílogo de dos minutos tiene una elocuencia brutal -nunca alcanzada en las largas dos horas previas- sobre la actitud de los nazis, de los mandamases de la Iglesia y también sobre el tristemente célebre refugio nazi en que se convirtió la Argentina. Una vez más: nada es casual.
Josefina Sartora.
Dos sistemas: la sanguinaria máquina Nazi versus las altas jerarquías del Vaticano y las elegantes fuerzas de la diplomacia aliada.
Dos hombres que luchan por algo desde adentro de ambos mandos: de un lado, Kurt Gerstein, un químico y oficial de la SS, quien existió realmente y abastecía de gas zyklon B a los campos de exterminio, mientras al mismo tiempo exponía su vida al denunciar los crímenes de guerra perpetrados, intentando alertar a los aliados y al Papa Pío XII, arriesgando también a su familia. Por el otro está Riccardo Fontana, un joven Jesuita, personaje ficticio que representa a todos los sacerdotes que tuvieron la valentía para luchar contra la monstruosidad del Holocausto, aún si ésto significaba el precio de sus propias vidas; cientos de sacerdotes, algunos conocidos, otros anónimos, que simplemente no se dignaron a fingir indiferencia ante el silencio de su iglesia frente a la masacre de inocentes.
Esta es, básicamente, la trama de "Amén" la obra del realizador de origen griego Constantin Costa-Gavras. En esta instancia, Costa-Gavras recorre un territorio que es evidentemente familiar, sin embargo, se las ingenia para - sin recurrir al truco barato o la estridencia- evocar los horrores de la complacencia general y la ignorancia voluntaria, ante el sufrimiento masivo que llegó a proporciones genocidas.
Para crear esta historia, Costa-Gavras y su co-escritor, Jean-Claude Grumberg, se basaron en dos fuentes muy importantes: los hechos del programa Noche y Niebla, que consistía en un sistemático trabajo en el que operativos Nazis recorrían Alemania (y posteriormente Austria) a mediados y fines de los años 30, ofreciendo a padres de hijos discapacitados ya fuera física o mentalmente (niños mutilados o con síndrome de Down, por ejemplo), ocuparse de ellos en "campamentos". Estos niños fueron los primeros conejillos de Indias en la experimentación de las tabletas de Zyklon B, una sustancia que Gerstein creó para purificar el agua para los soldados alemanes y así evitar la propagación del Tifus, que posteriormente se utilizó para el exterminio en campos como Bergen-Belsen, Treblinka, Birkenau, Dachau y Auschwitz. La eficiencia con que se eliminó a estos niños, fue la primera alarma que sacudió el tejido moral del químico, y sirvió para crear la segunda fuente de inspiración, la obra "El Vicario", escrita por Rolf Hochhuth en 1963, que se enfocaba en el esfuerzo de un hombre por convencer a otro (un representante ecleséastico), de los horrores que ocurren en los campos polacos durante la guerra. Cuando logra convencerlo, ambos intentan obtener una audiencia con Pío XII, en la creencia de que, al enterarse, el Papa hará una denuncia contra el sacrificio masivo perpetrado por los Nazis.
Debido a su naturaleza controversial, la obra de Hochhuth causó un furor internacional, que hasta la fecha no ha cesado del todo, mostrando a Pío XII, una figura histórica muy querida por antonomasia, a la que incluso se atribuyen propiedades milagrosas, como un hombre débil, incluso un tanto cobarde, que vaciló en hablar por razones políticas y por prejuicios religiosos también. Pese a todo lo anterior y lo escrito y discutido desde el final de la guerra acerca del rol interpretado por la Iglesia Católica durante el Holocausto, Costa-Gavras logra generar un impacto fresco, ya que involucra al espectador directamente en el complejo proceso mental de Gerstein (interpretado por Ulrich Tukur), cuyos pensamientos y acciones hallan un eco en el Padre Riccardo Fontana (Mathieu Kassovitz), un joven e idealista Jesuita Italiano, de buena familia y con nexos sanguíneos con su santidad - quien es un "collage" de varios personajes reales, que compartieron la lóbrega odisea del angustiado Gerstein, quien, tras descubrir como testigo de primera fila para qué se está utilizando su invento y siendo un devoto protestante, intentó llamar la atención de su propia iglesia; frustrado por la indiferente respuesta tanto de sus pastores como de algunos diplomáticos, es que emprende su peregrinar hasta Roma y la Plaza de San Pedro, sólo para descubrir (con creciente horror y desencanto) que en las altas esferas de el Vaticano ya se ha oído "rumores" sobre las muertes en masa, pero que la Iglesia tiene sus propias razones para ni siquiera intentar detenerlo.
Costa-Gavras no tiene ningún recato en decir las cosas de este modo; para él, la Iglesia Católica es tan culpable como los mismos Nazis de tales barbaries: su culpa (misma que el propio Juan Pablo II ha reconocido y buscado expiar mediante una disculpa ofrecida durante una bendición urbi et orbi) consiste en saber y callar mientras familias enteras se convertían en humo o en pastillas de jabón, pantallas de lámpara, estadísticas en un libro. Si bien a veces el reclamo del cineasta se siente un tanto excedido, ciertamente logra ser persuasivo. Además hay que notar que no es el único en sostener ésta teoría: un ejemplo claro de esta denuncia se hace presente en el libro "El Papa de Hitler: la historia secreta de Pío XII", del británico John Cornwell, que señala al pontífice como un cómplice pasivo, algo que a tanto a las autoridades eclesiásticas como a los más recalcitrantes y fundamentalistas líderes de la moral, ha hecho protestar airadamente.
"Amén" es, desde sus primeras escenas de aproximación a la trama, una película fascinante; Gerstein y Fontana, poseen suficiente fuerza de carácter para anteponer el bienestar ajeno a sus intereses, disciplina o fe, sin tomar en cuenta las consecuencias personales que sus actos les podrían atraer. Ambos son hombres de principios, pero su gran falla trágica (casi un prerrequisito para los héroes/antihéroes de esta clase de filmes) consiste en ser también ingenuos, crédulos, esperanzados. Conforme la historia avanza, se convierte no únicamente en una denuncia de los hechos ya expuestos, sino también en un manifiesto de la amplia apatía internacional hacia el tormento de los Judíos, los Gitanos y otras minorías. En algunas escenas, resulta sobrecogedor y alarmante, ver y sentir la certidumbre de los protagonistas en que el Papa hablará, hará lo correcto, toda vez lo enteren de lo que ocurre tras las alambradas, por lo que el golpe final es aún más devastador.
Filmada principalmente en escenarios naturales de Rumanía, la cinta se deja ver con fluidez y perspicacia, tanto en lo íntimo, como en la importancia de eventos a gran escala. Por razones de financiamiento, Costa-Gavras realizó la cinta en inglés, con un equipo internacional, que se ve coronado con las excepcionales actuaciones de Tukur y Kassovitz. El primero es un actor de origen teatral, criado en la Alemania Oriental, que tiene un parecido extraordinario con Gerstein, y en su interpretación, es el epítome del Ario por excelencia quien va encontrando dentro de sí la dicotomía de su deber como miembro de un régimen y como ser humano, en conflicto. Kassovitz, por su parte, es un actor excepcional; tiene una de esas caras que inspiran -hasta en el más reacio- simpatía y ternura. De este modo, su angustia se siente genuina y nos muestra en su rol una capacidad de sacrificio conmovedora. Completa el cuadro Ulrich Mühe (uno de los prodigios del establo actoral de Rainer Werner Fassbinder) como un cínico y sutilmente siniestro doctor de la SS quizá inspirado en el infame Josef Mengele; un retrato viviente de todos esos Nazis que se las arreglaron para llegar a Argentina y Paraguay, como lo sugiere la cinta (y otras fuentes históricas) con una "ayudita" del Vaticano.Según declara él mismo, Costa-Gavras había deseado realizar "Amén" por casi cuatro décadas, y la espera valió la pena. Como cineasta, éste creador es de una sensibilidad portentosa, respecto a temas complejos de ética y moral; especialmente al referirse sin tapujos a la hipocresía de la confabulación "involuntaria". Como dramaturgo, logra establecer escenas que desgarran la fibra de quien las ve, con limpieza y sin piedad ni compromiso alguno, sin prometer un final feliz; algo que se ha vuelto cada vez más elusivo de las pantallas cinematográficas en tiempos recientes, pero que es, sin lugar a dudas, su rúbrica perfecta.
Origen: Francia / Alemania / Rumania / Estados Unidos. Duración: 132 min.
Color. Idioma: inglés / francés / italiano / alemán
EQUIPO TECNICO
Director: Costa-Gavras
Guión: Costa-Gavras / Jean-Claude Grumberg sobre la pieza de Rolf Hochhuth “El vicario”
Productor: Claude Berri
Música original: Armand Amar
Fotografía: Patrick Blossier
Dirección de reparto: Florin Kevorkian / Sabine Schroth
Diseño de producción: Ari Hantke
Escenografía: Carmen Pasula
Diseño de vestuario: Edith Vesperini
Efectos visuales:Luc Augereau
REPARTO
Ulrich Tukur (Kurt Gerstein)
Mathieu Kassovitz (Riccardo Fontana)
Ulrich Mühe (Doctor)
Michel Duchaussoy (Cardenal)
Ion Caramitru (Count Fontana)
Marcel Iures (Papa)
Friedrich von Thun (Padre de Gerstein)
Antje Schmidt (Sra. Gerstein)
Hanns Zischler (Grawitz)
Sebastian Koch (Höss)
Erich Hallhuber (Von Rutta)
Burkhard Heyl (Director
Angus MacInnes (Tittman)
Bernd Fischerauer (Obispo Von Gallen)
Pierre Franckh (Pastor Wehr)
Richard Durden (Embajador Taylor)
Monica Bleibtreu (Sra. Hinze)
Justus von Dohnanyi (Baron Von Otter)
Günther Maria Lamer (Pastor Dibelius)
August Zirner (Von Weizsäcker)
Horatiu Malaele (Fritzsche)
Ovidiu Cuncea (Stephan Lux)
Michael Mendl (Monseñor UDLA)
PREMIOS
Nominada al Oso de Oro, festival de Berlín, 2002
Ganadora del César 2003 a Mejor Guión Original o Adaptación: Costa-Gavras / Jean-Claude Grumberg
Nominada César Mejor Actor:Mathieu Kassovitz
Mejor fotografía: Patrick Blossier
Mejor director: Costa-Gavras
Mejor película: Costa-Gavras
Mejor música original: Armand Amar
Nominada a Mejor Actor europeo 2002: Ulrich Tukur
Premio Lumière, Francia 2003: Mejor película
COMENTARIO
El afiche original de “Amén” presenta una cruz cristiana transformada en cruz gamada roja sobre fondo negro, que encierra a los dos protagonistas de la película: un oficial nazi y un sacerdote, que intentan con sus denuncias alertar al Vaticano y a la comunidad internacional para detener el genocidio. La jerarquía católica actual reaccionó indignada ante esa identificación de su símbolo máximo con el nazismo, y en España ese cartel ha sido modificado.
Tema de cientos de films de propaganda de los Aliados, el mismo Costa-Gavras había tratado el Holocausto en su “Mucho más que un crimen” (The Music Box, 1989). En “Amén” lo aborda desde otro ángulo: el de quienes, desde adentro del sistema, ejercieron la resistencia activa. La película se basa en la obra teatral "El vicario" de Rolf Hochhuth, que causó un gran escándalo cuando su estreno, en los ‘60. La obra teatral y la revisión de la historia obligaron a las jerarquías católicas a sacar a la luz un tema que preferían mantener oculto: el silencio del Vaticano ante el genocidio nazi. Uno de los protagonistas de “Amén” es un oficial alemán, Kurt Gerstein, personaje real, el ingeniero químico que tenía a su cargo el suministro y el asesoramiento del uso de los químicos necesarios para hacer funcionar las cámaras de gas que a diario mataban miles de judíos en Polonia. Ingenuo al principio, ignorante de lo que en realidad estaba aconteciendo, cuando se entera Gerstein (Ulrich Tukur) intenta desesperadamente informar a los diplomáticos y a las iglesias protestante y católica sobre el exterminio. Encuentra un aliado en el jesuita Riccardo Fontana (personaje de ficción, interpretado por Mathieu Kassovitz), hijo de un noble que cumple funciones de primer nivel en el Vaticano. Ambos no se detendrán hasta llegar a Pío XII, pidiéndole que interceda ante Hitler. Ese cura de pureza franciscana se estrellará varias veces frente a palabras tales como paciencia, ecuanimidad, sensiblería, perseverancia y diplomacia, con las que el poder disfraza su hipocresía. Es histórico el silencio cómplice del Papa frente al genocidio, por el cual se lo juzga hoy. Pero la película no es lapidaria con Pío XII: prefiere mantener cierta distancia, incluso desde la cámara, reservando un solo primer plano de su rostro en un momento en que parece comprenderlo. Sin embargo, Pacelli había vivido en Alemania antes de su pontificado, conocía a Hitler y su intervención podría haber cambiado la Historia. Nada de eso se menciona aquí.
Por cierto que el film no se ocupa sólo de la vista gorda de los altos mandos eclesiales sino de la indiferencia silenciosa en general, que existió en todos los ámbitos: el de quienes se negaban a aceptar una conducta indigna de sus compatriotas, el de los Estados Unidos, el de tantos obispos y arzobispos, que veían en Hitler a un aliado contra el comunismo, el de los protestantes, el de la Sociedad de Naciones. Frente a ellos, la resistencia de los protagonistas es un grito a oídos sordos. Obviamente, el film no sólo habla de ese preciso momento histórico; toda similitud con nuestra propia historia reciente no es casual. El propio director ha trazado el paralelo con el genocidio argentino, ejecutado en medio de carteles que rezaban "El silencio es salud".
La posición del oficial alemán es muy compleja: amante de su país y de sus connacionales, sus principios religiosos y morales lo obligan a denunciar a los suyos, sabiendo que "los que traicionan a su propio país son siempre sospechosos". Y al mismo tiempo, continúa proveyendo el gas letal. Como si un piloto de los vuelos de la muerte sobre el Río de la Plata hubiera denunciado esos vuelos... en el momento en que los llevaba a cabo.
Sin embargo, Costa-Gavras no explota esta ambigüedad. Su cine nunca se distinguió por la sutileza. Sus films son gritos de denuncia, a veces panfletarios, frente a hechos y sistemas de injusticia establecidos. Por lo tanto, Amén (como Z, como Estado de sitio o Desaparecido) expone situaciones muy definidas, y sus personajes son casi estereotipos. Unívocos, adoptan una actitud al principio de la película y la sostienen hasta el final, hasta sus últimas consecuencias, sin una cuota de sorpresa. El oficial alemán perseverará con su denuncia aunque con ello arriesgue su vida, el sacerdote no se detendrá hasta el campo de exterminio, el Papa mantendrá su actitud de silencio. Un leitmotiv del film es la imagen de los largos trenes con sus vagones de carga de ganado (abiertos si van vacíos, cerrados si llevan su cargamento humano); en contrapunto, el otro es el consumo de champán y alimentos exquisitos por parte de los nazis y de la cúpula vaticana en ambientes palaciegos, y todos ellos son seres despreciables. En cambio, el jesuita respira santidad -y la interpretación de Kassovitz es el mejor punto del film.
El epílogo de dos minutos tiene una elocuencia brutal -nunca alcanzada en las largas dos horas previas- sobre la actitud de los nazis, de los mandamases de la Iglesia y también sobre el tristemente célebre refugio nazi en que se convirtió la Argentina. Una vez más: nada es casual.
Josefina Sartora.
Dos sistemas: la sanguinaria máquina Nazi versus las altas jerarquías del Vaticano y las elegantes fuerzas de la diplomacia aliada.
Dos hombres que luchan por algo desde adentro de ambos mandos: de un lado, Kurt Gerstein, un químico y oficial de la SS, quien existió realmente y abastecía de gas zyklon B a los campos de exterminio, mientras al mismo tiempo exponía su vida al denunciar los crímenes de guerra perpetrados, intentando alertar a los aliados y al Papa Pío XII, arriesgando también a su familia. Por el otro está Riccardo Fontana, un joven Jesuita, personaje ficticio que representa a todos los sacerdotes que tuvieron la valentía para luchar contra la monstruosidad del Holocausto, aún si ésto significaba el precio de sus propias vidas; cientos de sacerdotes, algunos conocidos, otros anónimos, que simplemente no se dignaron a fingir indiferencia ante el silencio de su iglesia frente a la masacre de inocentes.
Esta es, básicamente, la trama de "Amén" la obra del realizador de origen griego Constantin Costa-Gavras. En esta instancia, Costa-Gavras recorre un territorio que es evidentemente familiar, sin embargo, se las ingenia para - sin recurrir al truco barato o la estridencia- evocar los horrores de la complacencia general y la ignorancia voluntaria, ante el sufrimiento masivo que llegó a proporciones genocidas.
Para crear esta historia, Costa-Gavras y su co-escritor, Jean-Claude Grumberg, se basaron en dos fuentes muy importantes: los hechos del programa Noche y Niebla, que consistía en un sistemático trabajo en el que operativos Nazis recorrían Alemania (y posteriormente Austria) a mediados y fines de los años 30, ofreciendo a padres de hijos discapacitados ya fuera física o mentalmente (niños mutilados o con síndrome de Down, por ejemplo), ocuparse de ellos en "campamentos". Estos niños fueron los primeros conejillos de Indias en la experimentación de las tabletas de Zyklon B, una sustancia que Gerstein creó para purificar el agua para los soldados alemanes y así evitar la propagación del Tifus, que posteriormente se utilizó para el exterminio en campos como Bergen-Belsen, Treblinka, Birkenau, Dachau y Auschwitz. La eficiencia con que se eliminó a estos niños, fue la primera alarma que sacudió el tejido moral del químico, y sirvió para crear la segunda fuente de inspiración, la obra "El Vicario", escrita por Rolf Hochhuth en 1963, que se enfocaba en el esfuerzo de un hombre por convencer a otro (un representante ecleséastico), de los horrores que ocurren en los campos polacos durante la guerra. Cuando logra convencerlo, ambos intentan obtener una audiencia con Pío XII, en la creencia de que, al enterarse, el Papa hará una denuncia contra el sacrificio masivo perpetrado por los Nazis.
Debido a su naturaleza controversial, la obra de Hochhuth causó un furor internacional, que hasta la fecha no ha cesado del todo, mostrando a Pío XII, una figura histórica muy querida por antonomasia, a la que incluso se atribuyen propiedades milagrosas, como un hombre débil, incluso un tanto cobarde, que vaciló en hablar por razones políticas y por prejuicios religiosos también. Pese a todo lo anterior y lo escrito y discutido desde el final de la guerra acerca del rol interpretado por la Iglesia Católica durante el Holocausto, Costa-Gavras logra generar un impacto fresco, ya que involucra al espectador directamente en el complejo proceso mental de Gerstein (interpretado por Ulrich Tukur), cuyos pensamientos y acciones hallan un eco en el Padre Riccardo Fontana (Mathieu Kassovitz), un joven e idealista Jesuita Italiano, de buena familia y con nexos sanguíneos con su santidad - quien es un "collage" de varios personajes reales, que compartieron la lóbrega odisea del angustiado Gerstein, quien, tras descubrir como testigo de primera fila para qué se está utilizando su invento y siendo un devoto protestante, intentó llamar la atención de su propia iglesia; frustrado por la indiferente respuesta tanto de sus pastores como de algunos diplomáticos, es que emprende su peregrinar hasta Roma y la Plaza de San Pedro, sólo para descubrir (con creciente horror y desencanto) que en las altas esferas de el Vaticano ya se ha oído "rumores" sobre las muertes en masa, pero que la Iglesia tiene sus propias razones para ni siquiera intentar detenerlo.
Costa-Gavras no tiene ningún recato en decir las cosas de este modo; para él, la Iglesia Católica es tan culpable como los mismos Nazis de tales barbaries: su culpa (misma que el propio Juan Pablo II ha reconocido y buscado expiar mediante una disculpa ofrecida durante una bendición urbi et orbi) consiste en saber y callar mientras familias enteras se convertían en humo o en pastillas de jabón, pantallas de lámpara, estadísticas en un libro. Si bien a veces el reclamo del cineasta se siente un tanto excedido, ciertamente logra ser persuasivo. Además hay que notar que no es el único en sostener ésta teoría: un ejemplo claro de esta denuncia se hace presente en el libro "El Papa de Hitler: la historia secreta de Pío XII", del británico John Cornwell, que señala al pontífice como un cómplice pasivo, algo que a tanto a las autoridades eclesiásticas como a los más recalcitrantes y fundamentalistas líderes de la moral, ha hecho protestar airadamente.
"Amén" es, desde sus primeras escenas de aproximación a la trama, una película fascinante; Gerstein y Fontana, poseen suficiente fuerza de carácter para anteponer el bienestar ajeno a sus intereses, disciplina o fe, sin tomar en cuenta las consecuencias personales que sus actos les podrían atraer. Ambos son hombres de principios, pero su gran falla trágica (casi un prerrequisito para los héroes/antihéroes de esta clase de filmes) consiste en ser también ingenuos, crédulos, esperanzados. Conforme la historia avanza, se convierte no únicamente en una denuncia de los hechos ya expuestos, sino también en un manifiesto de la amplia apatía internacional hacia el tormento de los Judíos, los Gitanos y otras minorías. En algunas escenas, resulta sobrecogedor y alarmante, ver y sentir la certidumbre de los protagonistas en que el Papa hablará, hará lo correcto, toda vez lo enteren de lo que ocurre tras las alambradas, por lo que el golpe final es aún más devastador.
Filmada principalmente en escenarios naturales de Rumanía, la cinta se deja ver con fluidez y perspicacia, tanto en lo íntimo, como en la importancia de eventos a gran escala. Por razones de financiamiento, Costa-Gavras realizó la cinta en inglés, con un equipo internacional, que se ve coronado con las excepcionales actuaciones de Tukur y Kassovitz. El primero es un actor de origen teatral, criado en la Alemania Oriental, que tiene un parecido extraordinario con Gerstein, y en su interpretación, es el epítome del Ario por excelencia quien va encontrando dentro de sí la dicotomía de su deber como miembro de un régimen y como ser humano, en conflicto. Kassovitz, por su parte, es un actor excepcional; tiene una de esas caras que inspiran -hasta en el más reacio- simpatía y ternura. De este modo, su angustia se siente genuina y nos muestra en su rol una capacidad de sacrificio conmovedora. Completa el cuadro Ulrich Mühe (uno de los prodigios del establo actoral de Rainer Werner Fassbinder) como un cínico y sutilmente siniestro doctor de la SS quizá inspirado en el infame Josef Mengele; un retrato viviente de todos esos Nazis que se las arreglaron para llegar a Argentina y Paraguay, como lo sugiere la cinta (y otras fuentes históricas) con una "ayudita" del Vaticano.Según declara él mismo, Costa-Gavras había deseado realizar "Amén" por casi cuatro décadas, y la espera valió la pena. Como cineasta, éste creador es de una sensibilidad portentosa, respecto a temas complejos de ética y moral; especialmente al referirse sin tapujos a la hipocresía de la confabulación "involuntaria". Como dramaturgo, logra establecer escenas que desgarran la fibra de quien las ve, con limpieza y sin piedad ni compromiso alguno, sin prometer un final feliz; algo que se ha vuelto cada vez más elusivo de las pantallas cinematográficas en tiempos recientes, pero que es, sin lugar a dudas, su rúbrica perfecta.
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