Título original: Shoah. Año: 1985
Origen: Francia Duración: 566 min.
Color. Idioma: inglés / alemán / hebreo / polaco / idisch / francés
EQUIPO TECNICO
Director: Claude Lanzmann
Asistente de dirección: Corinna Coulmas / Iréne Steinfeldt-Levi
Fotografía: Dominique Chapuis / Jimmy Glasberg / William Lubtchansky
Edición: Ziva Postec / Anna Ruiz
Sonido: Bernard Aubouy / Danielle Fillios / Michel Vionnet
Traductores: Sra. Apflebaum (idisch) / Barbra Janica (polaco) / Francine Kaufmann (hebreo)
TESTIMONIOS
Simon Srebnik
Michael Podchlebnik
Motke Zaidl
Jan Piwonski
Itzhak Dugin
Richard Glazer
Paula Biren
Pana Pietyra
Pan Filipowicz
Pan Falborski
Abraham Bomba
Czeslaw Borowi
Henrik Gawkowski
Rudolf Vrba
Inge Deutschhkron
Franz Suchomel
Filip Müller
Joseph Oberhauser
Anton Spiess
Raul Hilberg
Franz Schaliing
Martha Michelsohn
Claude Lanzmann
Moshe Mordo
Armando Aaron
Walter Stier
Ruth Elias
Jan Karski
Franz Grassler
Gertude Schneider
Itzhak Zuckermann
Simha Rotem
PREMIOS Y NMINACIONES
BAFTA, 1987, Premio Flaherty al Mejor Documental
Festival Internacional de Cine de Berlín, 1986, Premio a Claude Lanzmann)
Premio FIPRESCI Berlín, 1986: Foro del Nuevo Cine
Premio OCIC, Berlín 1986: Mención de Honor a Claude Lanzmann
Asociación de Críticos de Cine de Boston, 1986: Mejor película documental
Premio César, Francia 1986:Premio César honorario a Claude Lanzmann
Asociación Internacional del Documental, 1986: Premio a Claude Lanzmann
Asociación de Críticos de Cine de Kansas City, 1987: Premio al mejor documental
Asociación de Críticos de Cine de Los Angeles, 1985: Premio especial a Claude Lanzmann
Asociación Nacional de Críticos de Cine, Estados Unidos, 1986: Premio a mejor película documental
Circulo de Críticos de Cine de Nueva York, 1985: Premio a mejor película documental
Festival Internacional de Cine de Rotterdam, 1986: Premio a mejor película documental
COMENTARIO
La película se centra en las personas que fueron enviadas a tres campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. También nos presenta a quienes se vieron envueltos en las deportaciones y ejecuciones de quienes arribaban a los campos. Su duración, e incluso si hubiese durado más, hubiese sido insuficiente para captar en toda su magnitud el drama vivido en aquellos años. Es un testimonio que complementa la numerosa documentación sobre el Holocausto aparecida durante toda la época de la postguerra. Pero la película muestra menos del Holocausto sino nos cuenta acerca de la gente, los comandantes que intimidaban a los judíos, los individuos que trabajaban en las granjas en las proximidades de los campos e incluso las propias víctimas. Todas son personas que tienen historias para contar.
Hay momentos que "Shoah" es más un coro de voces que de experiencias, donde a pesar de algunas reticencias, como ordena Lanzmann a uno de los entrevistados: "Tenemos que hacerlo, usted lo sabe". Y esto transforma al film en un film sobre la ética, sobre una tragedia real, sobre eventos reales y sobre gente real.
"SHOAH", DE CLAUDE Lanzmann / Simone de Beauvoir
Clarín, "Cultura y Nación", 9 de marzo de 1989
No es fácil hablar de Shoah. Hay magia en ese film y la magia no puede explicarse. Después de la guerra hemos leído cantidad de testimonios sobre los ghettos, sobre los campos de exterminación: estábamos conmovidos. Pero al ver el extraordinario filme de Claude Lanzmann nos damos cuenta de que no sabíamos nada. A pesar de conocerla, la horrorosa experiencia seguía distante de nosotros.
Por primera vez la vivimos en nuestra cabeza, nuestro corazón, nuestra carne. Pasa a ser la nuestra. Ni ficción ni documental. Shoah logra esta recreación del pasado con una sorprendente economía de medios: lugares, voces, caras. El gran arte de Claude Lanzmann es hacer hablar a los lugares, resucitarlos a través de las voces y más allá de las palabras, expresar lo indecible por las caras.
Los lugares. Una de las grandes preocupaciones de los nazis fue hacer desaparecer todas las huellas, pero no pudieron borrar todos los recuerdos y, bajo los camuflajes - bosques jóvenes, hierba nueva - Claude Lanzmann supo encontrar las horribles realidades. En esa pradera de verdor había fosas ene forma de embudo donde los camiones descargaban los judíos asfixiados durante el trayecto.
En este riachuelo tan bonito se tiraban las cenizas de los cadáveres calcinados. Acá están las granjas pacíficas desde donde los campesinos polacos podían oír y aún ver lo que pasaba en los campos. Aquí, los pueblos de bellas casas antiguas desde donde toda la población judía fue deportada.
Claude Lanzmann nos muestra las estaciones de Treblinka, de Auschwitz, de Sobibor. Busca con los pies las rampas, hoy cubiertas de pasto, por donde centenares de miles de víctimas fueron empujadas hacia las cámaras de gas. Para mí una de las más descarnadas de las imágenes es la que representa un amontonamiento de valijas apiladas, unas modestas, otras más lujosas, todas con nombres y direcciones. Allí unas madres habían acomodado cuidadosamente la leche en polvo, el talco. En otras, la ropa, los alimentos, las medicinas. Y ninguna necesitó nada.
Las voces. Cuentan, y durante la mayor parte de la película dicen todas las mismas cosas: la llegada de los trenes, la apertura de los vagones de donde se desploman los cadáveres, la sed, el desconocimiento al que invade el pavor, el desvestirse, la desinfección, la apertura de las cámaras de gas.
Pero ni por un instante se tiene la sensación de algo repetido. Primero por la diferencia de las voces. Está la fría, objetiva - apenas la comienzo con algunos temblores de emoción - de Franz Suchomel, el SS Unterscharführer de Treblinka: él es el que hace la exposición más precisa, más detallada, de la exterminación de cada convoy. Están las voces un poco perturbadas de algunos polacos: el conductor de la locomotora, que los alemanes sostenían con vodka, pero que no podía
soportar los gritos de los niños sedientos, el jefe de la estación de Sobibor, inquieto por el silencio repentino que caía sobre el campo cercano.
Víctimas y técnicos
A menudo las voces de los campesinos son indiferentes, un poco burlonas. Además, están las voces de los escasos judíos sobrevivientes. Dos o tres han conquistado una aparente serenidad. Pero muchos apenas soportan hablar, sus voces se quiebran, se deshacen en lágrimas. Nunca cesa la concordancia de sus relatos; al contrario, hace pensar en la repetición deseada de un tema musical o de un leitmotiv. Porque la sutil construcción de Shoah evoca una composición musical, con sus momentos donde culmina el horror, los pasajes apacibles, sus playas neutras.
Y el conjunto tiene el ritmo que da el fragor casi insoportable de los trenes que ruedan hacia el campo.
Rostros. A menudo dicen mucho más que las palabras. Los campesinos polacos muestran compasión. Pero la mayor parte parecen indiferentes, irónicos o aun satisfechos. Los rostros de los judíos están acordes con sus palabras. Lo más curioso son los rostros de los alemanes. El de Franz Suchomel permanece impasible, salvo cuando canta una canción a la gloria de Treblinka y se iluminan sus ojos. Pero, en el caso de los otros, la expresión de molestia, de falsedad, desmiente sus protestas de ignorancia, de inocencia.
Una de las grandes habilidades de Claude Lanzmann ha sido contarnos el Holocausto desde el punto de vista de las víctimas, pero también desde el de los "técnicos" que lo hicieron posible y rehúsan toda responsabilidad. Uno de los más característicos es el burócrata que organizaba los transportes. Los trenes especiales, explica, eran puestos a disposición de los grupos que partían en excursión o de vacaciones y que pagaban media tarifa.. No niega que los convoyes dirigidos hacia los campos eran también trenes especiales. Pero él pretende no haber sabido que los campos significaban la exterminación. Pensaban que eran campos de trabajo, donde los más débiles morían. Su fisonomía molesta, huidiza, lo contradice cuando alega ignorancia. Un poco más adelante, el historiador Hilberg nos informa que los judíos "transferidos" eran considerados como turistas en vacaciones por la agencia de viajes y que sin saberlo, se autofinanciaban la deportación, ya que la Gestapo la pagaba con los bienes que les había confiscado.
Otro ejemplo del mentis que dan los rostros a las palabras es el de uno de los "administradores" del ghetto de Varsovia: él quería ayudar para que sobreviviese el ghetto, preservarlo del tifus, afirma. Pero a las preguntas de Claude Lanzmann responde balbuceando, sus rasgos se alteran, su mirada se hace huidiza, está totalmente turbado.
Una cantata fúnebre
El montaje de Claude Lanzmann no obedece a un orden cronológica; yo diría - si se puede emplear estas palabras en referencia a un tema tal - que es una construcción poética. Sería necesario un trabajo de mayor extensión que este para indicar las resonancias, las simetrías, las asimetrías, las armonías sobre las que reposa.
Así se explica que el ghetto de Varsovia no sea descrito sino hacia el final del filme, cuando conocemos ya el destino implacable de los reclusos. Allí tampoco la narración es unívoca, es una cantata fúnebre de muchas voces diestramente entrelazadas.
Karski, el entonces correo del gobierno polaco en el exilio, cediendo a los ruegos de dos importantes responsables judíos, visita el ghetto para dar al mundo su testimonio (además, en vano). El vio solo la espantosa inhumanidad de ese mundo agonizante.
Los pocos sobrevivientes de la sublevación, despedazada por las bombas alemanas, hablan, por el contrario, de los esfuerzos hechos para preservar la humanidad de esa comunidad condenada. El gran historiador Hilberg discute largamente con Lanzmann sobre el suicidio de Czerniakow, que creyó poder ayudar a los judíos del ghetto y que perdió toda esperanza el día de la primera deportación.
El fin de la película es, a mi entender, admirable. Uno e los pocos sobrevivientes de la sublevación se encuentra solo en medio de las ruinas. Dice que ahora siente una especie de serenidad al pensar: "Soy el último de los judíos y espero a los alemanes". Y enseguida vemos pasar un tren que lleva un nuevo cargamento hacia los campos.
Como todos los espectadores, mezclo el pasado y el presente. Dije que es en esta confusión donde reside el lado milagroso de Shoah. Añadiría que jamás hubiera imaginado una parecida alianza del horror y la belleza. Es cierto que una no sirve para enmascarar al otro; no se trata de estetismo, al contrario: la pone en evidencia, con tanta inteligencia y rigor que tenemos conciencia de contemplar una gran obra. Una real obra maestra.
Traducción de Susana Gauna
Publicado en "Le Monde"
EL CAMPO DE LA CONCIENCIA / Claire Devarrieux
"Clarín", Cultura y Nación, 9 de marzo de 1989
Reconstruir el horror en el cine, es reinventarlo. Mirarlo es tolerarlo. ¿Cómo se podría poner en escena el "holocausto"? Un filme tuvo este título, Holocausto1 y otros han hecho diversas evocaciones, pero no se logra, en la ficción, el dominio de lo inmostrable: la masacre organizada de los judíos.
En Shoah, el cine se ubica entre las palabras y las imágenes que confronta Claude Lanzmann. Es allí donde lo inmostrable está respetado como tal. Es allí donde el espectador reacciona.
Shoah es un filme apasionante porque amplia el campo de la conciencia, de la conciencia activa. Para las generaciones jóvenes el Holocausto es una alegoría; el infierno. ¿La "solución final"? Una de la cual uno toma conciencia repentinamente de que ha sido ocultada, absorbida por la imagen de los campos de concentración, infernal, absoluta. La solución final ha tenido sus ejecutores, sus técnicos en la más infinitesimal progresión de los detalles.
Los burócratas, un día, pasarán a ser inventores. La conversión de los judíos, la ghettización, la expulsión...leyes seculares. Queda para los nazis imaginar la anulación, que hace desaparecer hasta la identificación misma de la muerte. Cuando fue necesario desterrar y quemar a los judíos de Vilna, estaba prohibido emplear las palabras muertos, víctimas". Cuando se hicieron las previsiones para mejorar los camiones para gasear, la nota administrativa solo mencionaba "la carga".
Esta nota, que lee Claude Lanzmann, es alucinante. Si no existe ningún documento - evoca el historiador Raúl Hilberg - donde se diga que odos los judíos serán matados, este texto simbólico lleva en sí el doble espanto: está en marcha una masacre de proporciones nuevas y es necesario mejorar sin cesar el funcionamiento de la máquina de matar.
El texto es loco. Observa que el "cargamento", si la lámpara no está prendida en el camión, "se precipita hacia las puertas, es decir, naturalmente hacia la luz". "Los gritos surgen siempre en el momento de cerrar las puertas"; entonces en el futuro será recomendado a los encargados del convoy el prender la luz antes y durante los primeros minutos del transporte.
El campo de la conciencia se amplía aún más. Zonas enteras de las ciudades se despueblan. Seis millones de muertos y, en torno, ¿cuántas personas que los han visto desaparecer? En Grabow, los polacos recuerdan bien a los judíos. Eran ricos, vivían en "las casas de adelante". ¿Qué se los ha gaseado? No, seguro que eso no los pone "contentos". Ellos hubieran estado contentos "si se hubieran ido solos".
También existen los que han sacado partido. Existen sobre todo en Francia y en otras partes, en las oficinas, las familias, los inmuebles, los barrios, la campaña, gente que hbiera querido que la otra gente se fuera sola. Después de Shoah, las escenas de racismo ordinario, de la intolerancia cotidiana, van por sí mismas a juntarse al enigma de "la solución final".
Sin explicarlo. Simplemente, Shoah se encarniza con nosotros, no para aumentar nuestra culpabilidad, sino para prevenirla.
Traducción Susana Gauna
Publicado en "Le Monde"
1 Referencia a la miniserie para televisión filmada en 1978 (N. del R)