Título original: The boy in the stripped pyjamas
Origen: Gran Bretaña / Estados Unidos. Duración: 94 min.
Color. Idioma: inglés. Subtitulado
EQUIPO TECNICO
Origen: Gran Bretaña / Estados Unidos. Duración: 94 min.
Color. Idioma: inglés. Subtitulado
EQUIPO TECNICO
Dirección: Mark Herman
Guión: Mark Hermann, sobre la novela de John Boyne
Guión: Mark Hermann, sobre la novela de John Boyne
Música: James Horner
Fotografía: Benoit Delhomme
Protagonistas: Asa Butterfield, Zac Matón O´Brien, Domonkos Németh, Henry Kingsmill, Vera Farniga, Cara Horgan , Amber Beattie, Laszlo Aron, David Thewlis, Richard Johnson, Sheila Hancock, Attila Egyed, Rupert Friend
Filmada en locaciones en Hungría: en el orfanato Eot, Cementerio Kerepesi. Estudio Lloyd, Budaors, Mafilm, castillo Sacellary, Budafok, Zuglo, y en Budapest por la BBC Films, Heyday Films y Miramax Films
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Traslación a la pantalla de la novela de John Boyne, que ambientada en los años de la Segunda Guerra Mundial, describe el traslado de Bruno y su familia a una mansión cercana a un campo de concentración, de la que el padre ha sido nombrado comandante. Bruno es un niño de ocho años de poderosa imaginación, que se aburre en casa todo el día.. Es así como su atención es captada por lo que él cree que es una granja vecina, aunque muy rara ya que todos los trabajadores visten un poco convencional pijama de rayas. Ilusionado con ser explorador, y sin que lo sepan sus padres, logra acercarse a la alambrada del campo, donde conoce a un chico de su edad, Shmuel, internado ahí dentro. Ninguno de los dos entiende lo que ocurre, pero entre ambos, y en secreto, surge una amistad.
Se trata de una digna adaptación de la obra original, una especie de fábula cruel, cuya principal dificultad era preservar el punto de vista del niño, cuya ingenuidad aguanta el papel, pero que en imágenes podía resultar difícil de aceptar. Además, la sobrevalorada novela resultaba un tanto reiterativa en la acumulación de equívocos. Por todo lo dicho el director y autor del guión adaptado, Mark Herman, juega con la idea de que el pequeño protagonista se acerca un poco más al horror de la verdad, que lo que permitía traslucir el libro; también se amplía el protagonismo de la madre, de modo que también una adulta empieza a desembarazarse de su ceguera. El film se sigue con interés, sobre todo a través del niño, estupendo Asa Butterfield, y algo estereotipados el padre, un malvado nazi, o la simpleza con que es retratada la hermana (www.decine21.com)
La película es la escalofriante y conmovedora versión cinematográfica del best-seller escrito por John Boyne. Con un tono narrativo bastante ligero, el libro de Boyne plantea una fábula ingenua, centrada en la improbable amistad que surge entre Bruno, hijo de un comandante nazi, y Shmuel, un niño judío, detenido en un campo de exterminio. Boyne adopta un registro infantil en el mejor y también más restrictivo sentido del adjetivo. Pese a la desgarradora historia que nos transmite, hay en el texto un sesgo de cuento de hadas que contribuye a hacer difuso el horror.
A pesar que la película es una producción de Miramax, luce la marca de BBC Films. Esto último, sin duda, imprime carácter. Al igual que sucede con otros cineastas de la misma compañía, la realización de Mark Herman, un tanto fría, se aferra al clasicismo y sale bien parada y lo mismo cabe decir de la dirección artística: los decorados, construidos en Hungría, son excelentes y contribuyen a la verosimilitud del relato. En el reparto, sobresale Asa Butterfield en el papel de Bruno, que hace muy creíble a este niño introvertido, soñador y un tanto reacio a la doctrina que sostiene su familia. David Thewlis interpreta a su padre, un personaje en el que se alternan, sin aparente contradicción, la ternura, el refinamiento y la barbarie fanática. Pese a que su cometido es secundario, el verdadero triunfador del elenco es Rupert Friend, metido en la piel de un oficial de las SS que llega a helar la sangre del espectador.
En líneas generales, nos hallamos ante una película muy correcta, cálidamente alabada por la crítica británica, pero que tiene un inconveniente si pensamos en el espectador medio: la devastadora tristeza de su tramo final. Allí donde El pianista o La lista de Schindler dejan un resquicio para la esperanza y la redención del ser humano, El niño con el pijama de rayas plantea una lectura sincera, grave y definitivamente atroz del Holocausto. Tal como fue en realidad. (www.guzmanurrero.es)
ASPECTOS GENERALES
Berlín, década de 1940. Bruno, de ocho años, vuelve a casa después de jugar con sus amigos del colegio para descubrir una actividad febril: su padre, un oficial nazi, ha sido ascendido y su madre está preparando una fiesta. Bruno no entiende qué celebran ya que el nuevo destino de su padre es fuera de Berlín. Toda la familia tendrá que trasladarse al campo, obligándole a dejar la casa y los amigos que tanto adora. Su miedo a la soledad se confirma cuando la familia llega a su nuevo, aislado y siniestro hogar.
A Bruno le cuesta acostumbrarse a su nueva vida y se aburre cada vez más. No hay niños con los que jugar y su madre le prohíbe explorar los alrededores de la casa. Su hermana mayor, Gretel, no se molesta en hablarle: está demasiado ocupada con sus muñecas o hablando con uno de los hombres de su padre, el teniente Kotler. A Bruno le intriga la existencia de una especie de extraña granja que ve desde la ventana de su habitación, en la que todos sus habitantes parecen llevar pijamas de rayas. C uando intenta saber más cosas sobre la 'granja' le dicen que se olvide de ella y le prohíben acercarse por allí. Nosotros sabemos algo que Bruno no sabe, y es que la ‘granja´ es un campo de exterminio. Su madre también lo ignora. Cree que está viviendo junto a un campo de internamiento o de trabajo. Su marido ha jurado no revelar nunca su verdadero fin: una fábrica de matar diseñada para llevar a cabo la ‘Solución Final´, el exterminio sistemático del pueblo judío.
Bruno se hace amigo de Pavel, que trabaja en la cocina, que viste un pijama de rayas debajo del delantal. Mientras su madre está ausente de la casa, Bruno se cae del columpio del jardín y se hace un corte en la rodilla. Y es Pavel quien le cura la herida. Pavel le dice a Bruno que se dedicó a la práctica de la medicina y esboza una sonrisa cuando el niño le dice que no debía ser muy bueno si necesitaba practicar. T ras varias semanas dando vueltas alrededor de la casa, Bruno acaba desafiando a su madre y se cuela fuera de la casa por el jardín trasero en busca de aventuras. Deambula por los bosques y se topa con una alambrada. Al otro lado, un chico pequeño con un pijama de rayas está descargando escombros de una carretilla. Bruno está tan contento de haber encontrado alguien de su edad con quien jugar, que empieza a visitar todos los días a Shmuel, su nuevo amigo, sin decirle nada ni a sus padres ni a su hermana.
En las semanas siguientes, Bruno empieza a estar cada vez más inquieto por lo que ve y lo que escucha en casa y por lo que descubre en su vida secreta junto a la alambrada con Shmuel. Mientras su tutor le dice que los judíos son la encarnación del mal, su vínculo con Shmuel se va haciendo cada vez más fuerte. Es testigo de la brutal paliza que Pavel, el pinche de cocina, sufre a manos del imprevisible teniente Kotler. Además, su madre ha comenzado a darse cuenta de algunas cosas después de que una broma de muy mal gusto del joven teniente revele la verdadera fuente del nauseabundo humo que sale de las chimeneas del campo. Bruno también se siente algo confuso por los cambios que está sufriendo su hermana que, influenciada por las lecciones de su tutor y por la atracción que siente por el teniente Kotler, ha forrado las paredes de su habitación con propaganda nazi. El ambiente cada vez más enrarecido de su casa, junto con las historias que le cuenta Shmuel hacen que Bruno se pregunte si está sucediendo algo siniestro al otro lado de la alambrada, y si su padre es realmente el buen hombre que siempre había creído. Bruno se sorprende al ver a Shmuel limpiando la cristalería en su casa y le da un bizcocho, pero el teniente Kotler les sorprende juntos y acusa a Shmuel de robar comida. En lugar de defender a su amiguito del arrogante soldado, Bruno le dice al teniente Kotler que nunca había visto a Shmuel. Más tarde, atormentado por los remordimientos, Bruno visita varias veces la alambrada para pedir perdón a su amigo, pero el niño con el pijama de rayas no aparece. Cuando Shmuel vuelve por fin, su cara está marcada por una terrible herida causada por el puño del teniente Kotler, y Bruno siente una profunda lástima por él. Sin embargo, Shmuel le perdona y reanudan su amistad. Mientras tanto, la relación entre la madre y el padre de Bruno se ha vuelto tan tirante que su padre decide enviar a su familia a casa de una tía que vive en Heidelberg. El traslado, que Bruno había deseado desesperadamente desde que llegaron, es un duro golpe para él, ya que se da cuenta de que tendrá que separarse de su nuevo mejor amigo.
En uno de sus últimos encuentros, Bruno se entera de que el padre de Shmuel lleva tres días sin aparecer. Bruno promete ayudar a su amigo a buscar a su padre. Le parece una buena oportunidad para compensarle por haberle traicionado ante el teniente. El día del traslado a Heidelberg, Bruno se escapa para ver a Shmuel cargado con una pala y listo para embarcarse en una última aventura. Pero una vez que cruza la alambrada, Bruno se ve inmerso en una espeluznante carrera que decidirá su destino, el de su amigo y el de los inocentes que hay al otro lado de la alambrada.
EL ORIGEN DE LA PELICULA
Es una fábula cuya intención es proporcionar una perspectiva única sobre las consecuencias de los prejuicios, el odio y la violencia infligida a personas inocentes, particularmente en niños, en tiempos de guerra. A través de los ojos de un niño alemán de ocho años, a salvo de la terrible realidad de la guerra, somos testigos de la amistad prohibida que surge entre Bruno, hijo de un comandante nazi, y Shmuel, un niño judío preso en un campo de concentración. Aunque una alambrada les separa físicamente, las vidas de los niños acaba inevitablemente entrelazada.
“No es necesario decir que una historia de ficción que se desarrolla en el lugar y en el momento del Holocausto siempre levanta ampollas, y cualquier autor que decida escribir sobre este tema debe conocer muy bien cuáles son sus intenciones antes de empezar. Y puede que sea especialmente importante en el caso de un libro escrito para niños”, comenta John Boyne, el autor del libro. “A mí, un escritor irlandés de 34 años, me daba la sensación de que la única manera respetuosa de enfocar este tema era a través de la inocencia; una fábula contada desde el punto de vista de un niño ingenuo que no puede comprender los horrores del entorno en el que vive. Creo que esa inocencia es lo que mejor puede comprender alguien de mi generación en relación al horror de aquella época”.
Boyne continúa: “¿Qué sucede en este lugar?, se pregunta Bruno. ¿Por qué hay tanta gente al otro lado de la alambrada? Puede que sean preguntas sencillas, pero básicamente, ¿no son estas las preguntas que seguimos planteándonos hoy en día? Y puede que ese sea el trabajo de los escritores o de los artistas, seguir buscando respuestas, asegurarnos de que la gente sigue haciéndose preguntas para que nadie olvide nunca por qué tuvieron que formularse una primera vez.”
David Heyman, el productor de la saga de Harry Potter, llevaba tiempo interesado en la novela aunque fue el director y guionista Mark Herman quien compró los derechos del libro. Cuando él y Herman se reunieron y descubrieron que tenían ideas muy parecidas sobre el proyecto, decidieron trabajar juntos. Ambos reconocieron que una historia de ficción contada en el contexto del Holocausto podría ser muy polémica, pero a los dos les apasionaba la idea de llevar a la pantalla una historia dramática convincente y a la vez accesible con un mensaje importante y atemporal. Ambos estaban de acuerdo con Boyne en que cualquier intento de dilucidar el lado oscuro de la época nazi para las nuevas generaciones era tan legítimo como necesario: Nadie debería olvidar la historia ni repetirla.
“Cuando leí el libro, me imaginé inmediatamente la película”, afirma Mark Herman. “Pero también pensé que iba a ser muy complicado ya que se trataba de un material muy sensible”.
“Uno de los personajes de Graham Greene dice que el odio es falta de imaginación”, cuenta David Heyman. “Yo creo firmemente en ello, y también creo que la magnitud del Holocausto, toda la barbarie, el número de muertos, las vidas destrozadas... todo eso es imposible de medir, porque las cifras son realmente inconcebibles. Si intentas explicarle a un niño lo que ocurrió en una época no tan lejana, las cifras son demasiado elevadas para que lo entienda. Creo que John Boyne ha encontrado una manera increíblemente emotiva y efectiva de abordar el tema centrando su historia en dos niños y una familia”.
Heyman continúa diciendo: “Me atraen mucho las historias profundamente humanas, y ante todo esta es una historia humana. Aunque es una historia del Holocausto que se desarrolla en Alemania en la década de 1940, para mí, esta historia es intemporal. Con todos los conflictos que vivimos hoy en día, tanto en Ruanda, Somalia, Palestina, Israel, Darfur, Zimbabwe o Irak, me parece que esta historia es tan relevante ahora como en cualquier otro momento de la Historia. Nos ha tocado muy profundamente tanto a mí como a miles de lectores de todo el mundo. Esos niños tienen el potencial y la capacidad de superar las diferencias culturales e identitarias y de esta forma demuestran que los seres humanos pueden llevarse bien si nadie les anima a odiarse; que los gobiernos, las instituciones y los medios de comunicación pueden cultivar y cultivan el conflicto y la desconfianza. Son ideas muy actuales con una relevancia universal, y creo que esta historia las hace accesibles para todo el mundo”.
“El Premio Nobel Elie Wiesel dice que si no has estado allí, no escribas sobre ello”, comenta el autor John Boyne. “Y en cierto modo, estoy de acuerdo con él. Pero al mismo tiempo nos dicen que no debemos olvidar. Así que creo que a medida que van pasando las décadas, es responsabilidad de los artistas encontrar nuevas formas de contar esta historia, de recordar al mundo todas las personas que murieron. Si enfocas el tema sin explotarlo, intentando no trivializar sino contar la historia de otra manera para llegar a otro tipo de público, habrás logrado tu meta. A los niños que han leído mi libro siempre les digo: ‘Si te ha conmovido, si te ha interesado la historia de estos dos chicos, aquí tienes una lista de libros que deberías leer’. Y esos libros son de figuras como Wiesel, Primo Levi y Anna Frank, escritores que vivieron el Holocausto en sus propias carnes y que tienen autoridad moral para hablar sobre ello. Espero que los creadores actuales puedan lograr que los niños se interesen lo suficiente para querer leer otras cosas”.
Todos los miembros del equipo de producción que hay detrás de (El niño con el pijama de rayas) tenían muy claro que estaban rodando una historia de ficción y no un documental. Sin embargo, como el guión es histórico, todos fueron muy meticulosos a la hora de respetar el contexto en el que se desarrolla.
“Nos preocupaba muchísimo la autenticidad”, afirma Mark Herman. “Cuando estábamos realizando la adaptación, descubrí que los comandantes del campo de concentración juraban confidencialidad bajo amenaza de muerte para que sus actividades fueran del máximo secreto. Tenían prohibido contar a nadie, incluidas sus propias familias, en qué consistía su 'trabajo'. Esto fue de gran ayuda a la hora de escribir el guión, especialmente para explicar por qué el comandante no le había contado nada a su mujer sobre el programa de exterminio: Ella cree que se trata de un campo de trabajo y descubre la verdad por casualidad. Hoy en día, el público tiene la ventaja de saber lo que pasó en realidad, por lo que algunas cosas les resultarán obvias. Puede que los espectadores no comprendan que la mujer no lo supiese; estaba viviendo junto a un campo de concentración, así que tenía que saberlo. Pero algunas personas no sabían nada. En Auschwitz, por ejemplo, la mujer del comandante vivió prácticamente encima del campo durante dos años sin tener ni idea de que aquello era un campo de exterminio. Lo increíble de esta historia es que estos dos chicos, cada uno a un lado de la alambrada, no saben lo qué está pasando”.
“Mark ha hecho más hincapié en la historia de la familia al ofrecer el punto de vista adulto de la madre, que va descubriendo gradualmente lo que sucede en el campo. Esa parte de la historia está mucho menos desarrollada en el libro”, comenta la coproductora Rosie Alison de Heyday Films, que ha coordinado la documentación histórica de la película. “También ha añadido una película de propaganda nazi que descubrimos durante nuestro trabajo de documentación. Se trata de un repulsivo cortometraje de 14 minutos cuyo objetivo era mostrar cómo era la vida en los campos de concentración: actividades recreativas, comidas cordiales, caras sonrientes. Mark decidió rodar una versión de la película para que Bruno pudiera hacerse una idea de lo que era. De esa forma creía que sabía lo que pasaba en el campo ya que había visto el cortometraje. Esto hace que recupere por un momento la fe que tenía en su padre”.
Alison continúa: “Es una historia basada en hechos históricos, y la hemos tratado con el máximo respeto”, afirma. “Se trata de una historia contada de forma bastante indirecta. Casi hasta el final, todo lo que se ve es desde el otro lado de la alambrada, y lo que ocurre en el campo de concentración no se hace evidente hasta las últimas escenas. El aspecto más polémico de la película, y tal vez en el que nos hemos permitido cierta licencia artística, es la presencia de Shmuel en el campo de concentración. Esta es seguramente la parte de la película en la que la ficción y la realidad están más separadas, porque la terrible realidad es que la mayoría de los niños que llegaban a los campos eran asesinados de inmediato. Sin embargo, en 1944, en Auschwitz en particular, sobrevivieron algunos niños y hay casos aislados de niños a los que se mantenía con vida, tanto para realizar experimentos médicos con ellos como para trabajos específicos (como en el caso documentado de dos niños a los que se mantuvo con vida en Treblinka para dar de comer a los patos del estanque). Hay fotografías muy conocidas de niños supervivientes al llegar la liberación de los campos, pero es cierto que por lo general solían pasar directamente del transporte en el que llegaban a las cámaras de gas. Por eso la historia de Shmuel puede resultar algo inverosímil”.
“La Historia suele repetirse y creo que es muy importante que se hable de todos estos temas, como sea y por quien sea, siempre y cuando el contenido emocional sea real y verdadero”, afirma el productor David Heyman. “Esta es la historia de una familia normal, de gente normal que, a través de la ignorancia, la inocencia o una inquebrantable obediencia a la autoridad, independientemente de la crueldad de esa autoridad, encarna a la perfección la 'banalidad de la maldad' de Hannah Arendt. Espero que a la gente joven y al resto del público le llegue a emocionar la pelicula y así puedan comprender mejor el precio que se pagó por aquella tragedia y las consecuencias para los que vivieron aquella tragedia, ya sea sus autores como las víctimas.
La película la han realizado con gran honestidad y pasión personas que sienten un inmenso respeto y admiración por los que sobrevivieron, así como por aquellos que no lo hicieron. Creo que es muy importante mantener viva esta historia con el fin de que no se repita; cualquier paso que demos que pueda cambiar la visión del mundo de una persona merece la pena
REPARTO Y PERSONAJES
Dice el director Mark Herman: “Vimos a muchísimos jóvenes actores antes de decidir quién interpretaría a Bruno, el hijo del comandante del campo”. Yañade: “La primera película que recibí fue la de Asa Butterfield y fue la tercera persona a la que vi. Me pareció fantástico, pero seguimos buscando porque queríamos asegurarnos de que no nos dejábamos a nadie. Al final decidimos que sería él porque necesitábamos un niño que se comiese la cámara. Y Asa lo hace. Tiene la mezcla perfecta de inocencia y curiosidad que exige el papel, además de unos ojos penetrantes y observadores”.
“Mark me ayudó mucho diciéndome lo que tenía que hacer”, afirma el actor de 10 años Asa Butterfield. “Lo único que no me gusta de hacer películas es tener que repetir las escenas una y otra vez, ¡pero supongo que así son los rodajes!” Antes de trabajar en esta película, Asa ya sabía algo del contexto histórico de la película. “Sabía algunas cosas”, comenta. “Pero no sabía que se llamaba Holocausto. Casi me puse a llorar cuando leí el guión”.
Sobre el casting para Shmuel, el niño judío del otro lado de la alambrada, Herman comenta: “Vi a Jack Scanlon cuando el proceso de selección ya estaba bastante avanzando y habían pasado cientos de niños. Jack puede emocionar sin ser demasiado sentimental; tiene cierta dignidad natural. Pero era necesario comprobar que se producía química con nuestro Bruno antes de elegirle para interpretar el papel de Shmuel. Cuando reducimos el grupo de aspirantes a sólo tres, probamos diferentes parejas con Asa. Jack y Asa lo hacían muy bien juntos”.
Jack Scanlon, de ocho años, debuta en la gran pantalla en el papel de Shmuel. Su relato de esa época lo completa con una conclusión que demuestra que ha comprendido a la perfección la injusticia que vivieron las víctimas: “Los alemanes perdieron ante los ingleses en la Primera Guerra Mundial. Así que Hitler quiso vengarse cogiendo a todos los judíos y a la gente que estaba en contra de los alemanes metiéndolos en ‘guetos’. Luego los llevaron a los campos de concentración. Y Bruno cree que se debe a que los judíos son los que mejor trabajan. Pero en realidad, Hitler los interna para castigarles. Aunque no debería haber sido así, porque ¿qué mal han hecho?”
Para Gretel, el papel de la hermana de Bruno, Herman eligió a la joven actriz Amber Beattie. “Estuvo fantástica en las audiciones”, recuerda Herman. “Y al igual que Asa, Amber se convirtió en el modelo que sirvió de comparación para el resto de las candidatas. Pero ninguna consiguió superarla; se mantuvo en cabeza del pelotón durante todo el proceso. Amber es muy sincera, y al igual que Gretel, a pesar de que desprecia Bruno y se sienta atraída por la Juventud Alemana, a medida que la historia va desarrollándose, consigue ganarse nuestra simpatía”.
La adolescente Amber lloró leyendo el libro y cuando vio la película por primera vez. Su mensaje es sencillo pero acertado: “Creo que la Iección de la película es no juzgar a los demás, tratar a todos como iguales. Porque en realidad todos somos iguales”.
Al productor David Heyman le impresionó la buena relación de Mark Herman con el reparto, y en especial su habilidad para comunicarse con los miembros más jóvenes. “Es muy fácil consentirles o tratarles con condescendencia”, dice Heyman, “pero Mark no lo hizo. Trataba a los niños como personas maduras con sus propias decisiones e ideas; les trataba con el respeto que merecen y creo que los niños respondían de acuerdo a ese trato. Se daban cuenta de que estaban haciendo algo serio y dramático, algo que requería esfuerzo y atención, que merecía la pena y tenía un gran valor. Como resultado, trataban el trabajo con el mismo respeto con el que Mark les trataba a ellos. Mark Herman es un director muy compasivo – siente una verdadera compasión por los personajes sobre los que escribe y por lo actores a los que dirige”.
La actriz estadounidense Vera Farmiga interpreta a Elsa, la madre de Bruno y esposa del comandante. El director Mark Herman quería sacar provecho a las cualidades camaleónicas que habían despertado el interés de directores de la talla de Martin Scorsese y Anthony Minghella: “Lo que más me atrajo de Vera fue la forma de ponerse en la piel de los personajes que interpreta. Es totalmente diferente, casi irreconocible en todas sus películas. Aparecía todas las mañanas en el plató como una dama de los años 40 y era prácticamente imposible reconocer a Vera Farmiga. Tiene un físico muy europeo y es una fantástica actriz. Ha conseguido captar la ambigüedad moral y aporta una humanidad y una compasión muy particulares al papel de la esposa del comandante que va descubriendo poco a poco las cámaras de gas. Creo que Vera y David han hecho un trabajo mucho mejor de que lo nunca hubiese esperado”.
Vera Farmiga llevó a cabo una investigación exhaustiva para su papel, y su interpretación de Elsa es una amalgama de todos los diarios y periódicos que leyó: “Es una especie de mezcla de todas las mujeres del Tercer Reich, desde Paula Hitler hasta Emmy Goering, Magda Goebbels, Eva Braun o Leni Riefenstahl, de todas ellas. También estudié mucho la propaganda sobre la maternidad, el culto a la maternidad y lo que eso significaba, lo que se exigía a las madres y cuál era su posición en aquella época”.
“En cierto modo, Elsa es la guardiana de la alambrada; su misión es esconder su existencia y lo que hay detrás de ella, y cuando Bruno descubre la alambrada, su misión es impedirle que se acerque”, afirma Farmiga. “Hay un diálogo en la novela que, en mi opinión, es la clave del personaje de Elsa: poco después de llegar a la casa junto al campo de concentración, Bruno dice: ‘Pienso que esto no ha sido una buena idea’. Y su madre contesta: ‘No podemos permitirnos el lujo de pensar’”.
Farmiga continúa: “Elsa no piensa. No tiene opiniones propias, no analiza nada. Decide ignorarlo todo y preocuparse únicamente de la seguridad de su familia y de su posición social; todo lo demás queda al margen. Es una especie de cómplice y ayudante en lo que se refiere a los ideales de su marido, sus deseos, sus valores y sus ambiciones. Pero cuando empieza a abrir los ojos y a darse cuenta de lo que está sucediendo, cuando empieza a investigar, comienza a perderle el respeto a su marido y a desconfiar de él. Al final se rebela. Decide condenar lo que está sucediendo. Incluso intenta hacer ver a su marido el horror del que es responsable. Pero es demasiado tarde: creo que su comportamiento inicial al negarse a ver lo que estaba sucediendo delante de sus narices, al otro lado de la alambrada, le cuesta una vida. En cierto modo ella labra el destino de sus hijos, porque cuando empieza a investigar ya es demasiado tarde. Intuye algo; sabe que están tratando muy mal a la gente que está internada. Pero no quiere saber; no quiere verlo porque eso implicaría a su marido y a ella”.
Farmiga opina que la película atraerá e interesará al público actual en muchos sentidos: “El personaje de Elsa, con su indiferencia, apatía e ignorancia iniciales, es crucial a la hora de saber cómo se pudo asesinar a tantas personas ante los ojos de todo el mundo sin que nadie lo supiera. Porque esto está sucediendo en todo el mundo. Esta historia podría haberse basado en Irak, Afganistán, Kosovo o Darfur. Ese odio racial sigue existiendo".
David Thewlis interpreta al padre de Bruno, el comandante del campo de concentración. “Siempre he sido un gran fan de David”, afirma Herman. “Su papel es uno de los más difíciles, porque en la primera parte interpreta a un padre muy cariñoso y humano. Aunque los espectadores saben exactamente lo que hace este padre. En estas circunstancias interpretar a un hombre que lleva una vida familiar normal es muy complicado. David borda el papel de hombre cariñoso. No comprendes que alguien así pueda tener una parte oscura”.
“Creo que la diferencia en este guión es que está visto desde un punto de vista alemán, a través de los ojos de un niño alemán. Al principio parece que mi papel, el de un padre cariñoso (a pesar de que el espectador sabe desde el principio cuál es su trabajo), puede inspirar cierta compasión”, comenta David Thewlis. “El desafío no es interpretar a un típico y malvado nazi que tiene dos caras. En mis investigaciones descubrí que mi personaje estaba basado en hechos reales. En la película no se menciona qué campo de concentración es, pero es obvio que no es Auschwitz, porque entonces tendría que interpretar a Rudolf Hoess, que tenía cinco hijos que crecieron en Auschwitz, donde podían ver el crematorio. Y tampoco interpreto a Joseph Goebbels que se llevó a sus seis hijos al búnker al final de la guerra. Él y su esposa los envenenaron y luego se suicidaron. No es impensable que una historia como esta fuera real. Es una obra de ficción, pero está basada en situaciones bastante verosímiles. Sólo hemos aumentado la distancia entre la casa y el campo, que en realidad sólo estaban a unos metros”.
Thewlis continúa: “Hace años que no investigaba tanto para una película. Pero me sentía obligado a hacerlo. Normalmente me inspiro en alguien que forma parte de mi vida de alguna manera o en alguna persona que he conocido y la comparo con el personaje intentando aplicar sus características. Pero nunca he conocido a nadie que se parezca al personaje que interpreto en esta película. Resulta bastante complicado pensar en un padre cariñoso que se despide de sus hijos después del desayuno, y se va (literalmente) a la puerta de al lado para pasarse el día rodeado de terribles atrocidades. ¿Cómo se puede acostumbrar uno a eso?”
Al igual que Vera Farmiga, Thewlis leyó muchos documentos privados escritos por arquitectos y autores de la Solución Final a la hora de prepararse para su papel de comandante del campo de concentración: “Me dieron una carta que Rudolf Hoess había escrito a sus hijos justo antes de su ejecución. La carta estaba en la mesa de la cocina, y unos vecinos habían venido a verme. No les había contado en qué estaba trabajando. Vieron la carta y empezaron a leerla, y cuando la terminaron me miraron y me dijeron: ‘¡Qué carta más bonita y entrañable ha escrito este hombre a sus hijos! ¿Quién era? ¿Por qué iba a morirse? ¿Estaba enfermo?’. Les respondí: ‘Sí, ¡estaba MUY enfermo!’. No hay duda de que la carta está escrita por un hombre que siente un gran amor por sus hijos; todo está muy bien expresado y es muy conmovedora, casi poética. Intenten comprender a un ser humano, un ser humano sensible que sea capaz de hacer algo así. Yo no he encontrado nada con que justificarlo o perdonarlo. Pero mi trabajo consistía en encontrar algún rastro de humanidad en el personaje y no como lo que son, monstruos. Pero eran seres humanos. Y hoy en día, sigue habiendo gente como ellos”.
“Para mí, El niño con el pijama de rayas es interesante en muchos sentidos”, afirma Thewlis. “Está mi papel, que es bastante directo; luego está el de mi mujer, que acepta la idea de un campo de concentración pero que poco a poco empieza a darse cuenta de que estoy implicado en el genocidio, y se aprecia el efecto que eso tiene en nuestro matrimonio. También está mi hija, Gretel, que se siente atraída por la retórica, la política, la patria. Su flirteo con el joven soldado es casi una seducción ideológica. Su padre apoya totalmente al Reich, pero su madre odia todo lo que significa el fascismo y lo dice abiertamente. Así que dentro de una misma familia tenemos cinco o seis puntos de vista diferentes que van evolucionando a lo largo de la película. Además está Bruno, cuyo punto de vista cambia varias veces durante el curso de la historia hasta el final. En la película vamos asistiendo a la paulatina desintegración de la familia, y ese es el castigo por los pecados del padre”.
Para el papel del teniente Kotler, Mark Herman eligió al joven actor británico Rupert Friend. “Es un actor que pude hacer cualquier cosa”, afirma Herman. “Puede interpretar a una persona muy agradable y a otra absolutamente horrible. Y en este papel, es una persona horrible. Ha hecho un trabajo fantástico. Es escalofriante y peligrosamente seductor. Comprendemos perfectamente que una niña de la edad de Gretel pueda sentirse atraída por él y por lo que representa. Al mismo tiempo, Rupert pone al descubierto la gran vulnerabilidad del teniente Kotler en el 'interrogatorio' de su padre que se desarrolla durante la cena”.
El Teniente Kotler es el catalizador del romance de Gretel con la ideología nazi (descrito memorablemente por Sir Hugh Trevor-Roper como ‘una gigantesca aberración nórdica’) así como de la destrucción del matrimonio del comandante del campo de concentración. Friend describe su personaje como un miembro del “círculo íntimo” de la familia: “Es Kotler quien cuenta a la madre que lo que están haciendo es quemar los cuerpos de los judíos”, comenta. “Por lo tanto, el padre culpa a Kotler de la desintegración de su familia. Por supuesto, el padre es el que supervisa las atrocidades, pero culpa a Kotler de que su mujer se entere de lo que ocurre. Es el fin de la carrera de Kotler, porque el padre le envía a primera línea de fuego, lo que es prácticamente una sentencia de muerte”.
Junto con sus compañeros de reparto, Friend se dedicó a investigar para interpretar su papel estudiando de primera mano relatos y otros documentos que pudieran hacerle comprender el funcionamiento de las mentes de los asesinos: “El tema de la película es muy delicado, y por eso debíamos tratarlo con mucho cuidado”, nos cuenta. “Tenía que encontrar la forma de comprender la mentalidad del Partido Nazi, comprender por qué alguien querría obedecer las órdenes de implicarse en un genocidio sin hacer ninguna pregunta. Entre muchas cosas, leí una biografía del Comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess, y las maravillosas memorias de una niña que vivía en las montañas de Hitler. También leí algo sobre la psicología de la guerra y la forma en que los soldados se enfrentaban al acto de matar. Lo más aterrador de la gente que cometía estos crímenes es que eran seres humanos, eran hombres reales, que respiraban y pensaban. No estaban trastornados. Tal vez no tenían los mismos límites morales que nosotros, pero no hay duda de que eran seres humanos. Creo que es importante observarlos, sin simpatizar con ellos, con cierta humanidad para que podamos recordar que sólo estamos a un paso de una atrocidad como aquella”.
Al igual que John Boyne, autor de la novela, el actor David Hayman, que interpreta a Pavel, el simpático preso pinche de cocina, había visitado el campo de concentración de Auschwitz: “Hace muchos años estuve de gira en Polonia con una compañía de teatro y fui a Auschwitz”, comenta. “La visita me produjo un gran impacto. Dicen que los pájaros no cantan y que las flores no crecen Auschwitz. Y no es una leyenda, es la verdad. Cuando sales de allí sientes que algo ha cambiado en tu interior. Sientes la necesidad de hacer algo, cualquier cosa para desprenderte del horror que sientes. Creo que todos los colegios del mundo deberían llevar a sus alumnos a Auschwitz y decirles: ‘Esta es la inhumanidad del hombre con el hombre’. De esto es capaz el hombre, y no debemos dejar que vuelva a suceder nunca’. Por desgracia, sigue pasando. Está pasando ahora”.
LAS LOCACIONES
Todo el equipo creativo de la película, incluido el director de fotografía Benoit Delhomme, el diseñador de producción Martin Childs y la diseñadora de vestuario Natalie Ward, estaba decidido a aportar autenticidad, respeto y atención al detalle para recrear los periodos más oscuros de la Historia.
Hay que mencionar las emociones y el impacto que produjo el rodaje de la película, sobre todo en los miembros húngaros del equipo. “El equipo siempre fue consciente de que Hungría había apoyado a Alemania durante las dos Guerras Mundiales, y comprendía que la historia se ceñía a los años 40”, afirma el productor David Heyman. “Han pasado por regímenes muy autoritarios, y creo que se identificaban con lo que ocurrió en aquella época. Me di cuenta enseguida de los sentimientos encontrados que suscitaba esta película”.
El director de fotografía Benoit Delhomme había leído el libro de una vez y estaba entusiasmado con darle vida. “Esta no es una película de imágenes bonitas”, afirma David Heyman: “y Benoit ha conseguido captar de forma brillante todos los momentos de malestar, el horror pero también la belleza. Algunas veces el fotograma es un poco lioso; se ve un primer plano un poco borroso de la cabeza de un personaje. La imagen no siempre es clara, pero el plano habla por sí mismo”.
“Cuando comencé esta película”, comenta el diseñador de producción Martin Childs, “ya se había elegido Budapest. Viajé por primera vez allí para ver qué tipo de localizaciones había. Fue una visita muy productiva. Sabía que teníamos mucho trabajo por delante para que las cosas salieran bien pero la ciudad ya tiene ese aspecto tan centroeuropeo que encajaba perfectamente con la película. 'En el guión, parecía que los escenarios se diseñaban solos; la historia tiene una geografía bastante clara, con lugares diferentes que me parecían perfectos; todos los espacios encajaban muy bien, funcionaban a la perfección'.
Por ejemplo, las primeras escenas de la película son parte de un montaje de Bruno y sus amigos corriendo por las calles e imitando a los Messerschmitts. Se sienten atraídos por el ‘glamour’ de la guerra y vuelven a casa desde el colegio. Quería que su recorrido pasase por zonas diferentes de la ciudad: los barrios más ricos de Berlín y esos lugares por los que sus madres no querrían que pasasen. No queríamos un montaje de lugares emblemáticos, sino reflejar los diferentes estratos sociales en la primera secuencia de la película”.
“Lo primero, tenía que construir la casa del campo de concentración”, afirma Childs. “Quería encontrar algo que funcionase, pero al final la construimos de cero, al lado de un bosque, que era lo que la historia necesitaba. Tuvimos que investigar mucho para crear el campo de concentración, porque descubrimos que había muchas diferencias entre unos y otros, aunque todos tuviesen el mismo fin. Tuvimos mucho cuidado a la hora de diseñar la alambrada donde se conocerían Bruno y Shmuel, con un fondo gris y azul detrás de Shmuel y los verdes bosques detrás de Bruno. Como la historia se cuenta desde el punto de vista de Bruno, pasé mucho tiempo colocándome a su altura, arrodillándome para imaginarme los planos”.
“Tenía que parecer real, tenía que ser auténtico para que los espectadores se creyesen que estaban dentro de ese mundo”, comenta la diseñadora de vestuario Natalie Ward. “No es algo que necesite un enfoque muy imaginativo, porque queríamos que el público reconociese a estas personas. Se han hecho muchas películas sobre esa época, pero aunque creemos saber cómo era, queríamos hacerlo de la forma más perfecta posible. Una vez que empezamos a centrarnos en los detalles nos dimos cuenta de que no sabíamos tanto como pensábamos. Por eso hice miles de preguntas e investigué muchísimo”.
En cuanto a los platós de las últimas escenas de la película, el diseñador Martin Childs sabía que necesitaría el mayor grado posible de autenticidad. “Para el escenario de la antesala de la cámara de gas y la propia cámara de gas, tuve que investigar muchísimo, y no fue nada agradable”, comenta. “Hay una conocida fotografía de la cámara de gas de Auschwitz que se parecía extrañamente al sótano que había debajo del estudio en el que estábamos rodando algunas escenas. Pudimos modificarlo y afortunadamente no tuvimos que construir una cámara de gas de la nada”.
“Ahora hay muchísimos libros y muchas pruebas contrastadas recopiladas por documentalistas y grupos judíos que intentan poner en contexto al Holocausto. Como tema y época de la Historia, existe mucho material que hace referencia a este periodo”, afirma el director de supervisión artística Rod McLean. “El documental de 1955 de Alain Resnais "Noche y Niebla" provocó un gran impacto. Nunca estás preparado para ver algo así. Así que aunque hay mucho material de investigación disponible, las imágenes y las descripciones siguen impactando; tardas unos cuantos días en recuperarte después de acceder a todo esto.
Budapest, la capital de Hungría, fue elegida como localización de la película porque la geografía de la ciudad y de los alrededores encajaban muy bien con las necesidades visuales y cinemáticas del guión y del rodaje. Sin contar con un presupuesto muy bien ajustado y la posibilidad de disponer de excelentes profesionales y estudios. Lo que no habían previsto los directores de fotografía era la reacción extremadamente visceral de muchos de los miembros del reparto y del equipo al saber que esta historia se iba a rodar en un país en el que se habían llevado a cabo todas estas atrocidades, cuando el caos de la Segunda Guerra Mundial se apoderó del país y de su pueblo.
Ubicada a ambas orillas del Danubio, Budapest une las colinas de Buda y los bulevares de Pest. Aunque durante la Segunda Guerra Mundial, y más adelante, en la Revolución de 1956, se destruyeron alrededor de 30.000 edificios, siguen quedando detalles arquitectónicos de las estructuras. La ciudad ha servido como localización para muchas producciones internacionales, interpretando a Londres, París, Berlín Oriental y Occidental e incluso Buenos Aires.
Después de una extensa búsqueda, el director Mark Herman, que volvía de una misión de reconocimiento, dio con la localización del exterior de la casa de Berlín en una transitada calle del distrito de Zugló, en Budapest. Los interiores de la casa se filmaron en el Castillo Sacelláry, que está reformado y situado en Budafok, el distrito XXII de Budapest.
En el montaje inicial, un complejo de edificios que era como una ciudad dentro de una ciudad sirvió para rodar las redadas nazis de residentes judíos. Los colegiales, imitando a pilotos de aviones de caza, vuelan por una elegante plaza que está justo detrás del Hotel Kempinski y pasan al otro lado, en una zona anexa a la Opera.
Después de recorrer la zona más próxima buscando de todo, desde refugios de caza hasta estaciones de tren, el director Mark Herman y el diseñador de producción Martin Childs decidieron construir el exterior de la casa del campo de concentración del comandante en las tierras del orfanato de Fót, conocido como la “Ciudad de los Niños”. Los bosques de la “Ciudad de los Niños” se utilizaron para crear el tramo que recorre Bruno para ir y volver a la alambrada donde se encuentra con Shmuel.
Los barracones donde se filmaron las escenas del campo de concentración fueron construidos para la película de John Huston, "Escape a la victoria". Desde entonces, han sido modificadas en varias ocasiones para cumplir con las necesidades de diversas producciones húngaras e internacionales.
Los escenarios de las habitaciones de los niños se construyeron en el recién reformado Lloyd Studio. Las últimas semanas de rodaje tuvieron lugar en el Róna Street Studio de Mafilm.
ACERCA DE LIBRO
LA VIDA ESTÁ EN OTRA PARTE por Daniela Vilaboa
Con más de seis ediciones en español, una treintena de otros idiomas a los que espera ser traducida, y un contrato con Miramax para ser llevada al cine, la última novela del irlandés John Boyne se erige como un interesante relato alegórico de uno de los momentos más atroces de la historia de la humanidad.
“Nada de prosa del espanto, nada de crepúsculo de los dioses recalentado. Lo vi todo, pero no escribí nada sobre ello”. Mi siglo. Gunter Grass
Hay acontecimientos que funcionan como puntos de inflexión en la vida de las personas, pues se insertan en el vasto terreno de la memoria con el mismo embate con el que una cuña se clava en el mármol liso de una roca y agrieta su superficie. Así es como a veces un ínfimo contacto entre Uno y “el afuera” puede torcer para siempre la dirección de un espíritu que permanecía sosegado. Ahora bien, la dimensión o la relevancia de ese quiebre está –en gran medida– en directa relación no sólo con el peso específico del acontecimiento que irrumpe, sino también con el mayor o menor grado de desconocimiento respecto del mismo con el que se haya vivido hasta ese momento. Sin embargo, aún cuando algo de su mesura haya podido preverse o quizás intuirse, la textura de la realidad palpada de cerca resulta siempre una verdad irrefutable.“Llegamos vírgenes a todos los acontecimientos de la vida”, decía la belga Marguerite Yourcenar, aunque hay –por cierto– algunas virginidades que duelen más que otras cuando se pierden, pues son como cruzar el cerco de una frontera, cuya intimidante estructura no permite augurar grandes destellos de felicidad más allá del horizonte. Algo de esa inocencia vulnerada intenta recuperar la quinta novela del joven escritor irlandés John Boyne, El niño con el pijama de rayas, que ya lleva seis ediciones en España y que permaneció primera en ventas durante 35 semanas en su país de origen. Y lo hace a partir de la historia de un niño de nueve años, Bruno, quien, entre la impavidez y la inquietud, se vuelve testigo –y parte– del derrumbe irrevocable de su tranquilidad cotidiana. La novela es el despliegue en el tiempo de esa trayectoria, de ese pasaje que se opera en Bruno a partir de una intempestiva mudanza que lo obliga, junto a su familia, a cambiar de ciudad. Una migración que comienza, con el correr de los días, a producir modificaciones tanto dentro del mundo familiar y rutinario del pequeño, como dentro de su universo simbólico, y a las que el niño deberá hacerle frente solo. La presencia de un extraño cerco junto al fondo de su nueva casa se convierte en el disparador de una miríada de preguntas, cuya respuesta final sólo puede hallarla en un punto de no retorno. Bruno percibe que existe otra vida más allá de esa frontera, una vida que lo inquieta, que lo perturba y que lo llama, pero no termina de decodificar con claridad las señales que desde allí le llegan. En gran medida por su corta edad, en parte porque vive bajo el peso de una figura paterna retórica y represiva, que se ocupa de tergiversarle el mundo que lo circunda, y asimismo porque algo de sí aun se resiste a saberlo. Estos sentimientos encontrados libran una batalla en su interior, en la que finalmente uno de ellos termina por vencer al resto, a instancias de la amistad que de pronto surge entre Bruno y un niño que habita del otro lado de la verja, y que los enfrenta a ambos a un vínculo especular que será determinante para resolución del conflicto. Esto que en principio parece la trama de un relato simple, con elementos fantásticos, tal vez, o propios de la literatura juvenil, pronto deja traslucir un registro más alegórico que realista, aun cuando da cuenta en su trasfondo histórico de una realidad apodíctica. La novela se mueve lingüísticamente con un tono llano, alejado de cualquier esbozo de manierismo, pues aspira a reproducir algo de esa mirada ingenua que aqueja a un niño de nueve años al enfrentarlo a la cara más inquietante y ominosa del mundo que habita, a su sino trágico. Pero esta nota no va a dar cuenta de ello, así como tampoco lo hace el editor desde la contratapa del libro, en un claro gesto de respeto hacia las decisiones estilísticas que el autor acertó a tomar al momento de la escritura, en pos de una mejor articulación entre la forma y el fondo de la cuestión. Pues, en definitiva, lo que El niño con el pijama de rayas intenta no es hundirnos a los lectores en la negrura de las grietas del mármol resquebrajado, sino mostrarnos el instante previo al golpe de la cuña y la imposibilidad de que frente a tamaño azote el mundo decida mirar para otro lado.
Filmada en locaciones en Hungría: en el orfanato Eot, Cementerio Kerepesi. Estudio Lloyd, Budaors, Mafilm, castillo Sacellary, Budafok, Zuglo, y en Budapest por la BBC Films, Heyday Films y Miramax Films
COMENTARIOS
Traslación a la pantalla de la novela de John Boyne, que ambientada en los años de la Segunda Guerra Mundial, describe el traslado de Bruno y su familia a una mansión cercana a un campo de concentración, de la que el padre ha sido nombrado comandante. Bruno es un niño de ocho años de poderosa imaginación, que se aburre en casa todo el día.. Es así como su atención es captada por lo que él cree que es una granja vecina, aunque muy rara ya que todos los trabajadores visten un poco convencional pijama de rayas. Ilusionado con ser explorador, y sin que lo sepan sus padres, logra acercarse a la alambrada del campo, donde conoce a un chico de su edad, Shmuel, internado ahí dentro. Ninguno de los dos entiende lo que ocurre, pero entre ambos, y en secreto, surge una amistad.
Se trata de una digna adaptación de la obra original, una especie de fábula cruel, cuya principal dificultad era preservar el punto de vista del niño, cuya ingenuidad aguanta el papel, pero que en imágenes podía resultar difícil de aceptar. Además, la sobrevalorada novela resultaba un tanto reiterativa en la acumulación de equívocos. Por todo lo dicho el director y autor del guión adaptado, Mark Herman, juega con la idea de que el pequeño protagonista se acerca un poco más al horror de la verdad, que lo que permitía traslucir el libro; también se amplía el protagonismo de la madre, de modo que también una adulta empieza a desembarazarse de su ceguera. El film se sigue con interés, sobre todo a través del niño, estupendo Asa Butterfield, y algo estereotipados el padre, un malvado nazi, o la simpleza con que es retratada la hermana (www.decine21.com)
La película es la escalofriante y conmovedora versión cinematográfica del best-seller escrito por John Boyne. Con un tono narrativo bastante ligero, el libro de Boyne plantea una fábula ingenua, centrada en la improbable amistad que surge entre Bruno, hijo de un comandante nazi, y Shmuel, un niño judío, detenido en un campo de exterminio. Boyne adopta un registro infantil en el mejor y también más restrictivo sentido del adjetivo. Pese a la desgarradora historia que nos transmite, hay en el texto un sesgo de cuento de hadas que contribuye a hacer difuso el horror.
A pesar que la película es una producción de Miramax, luce la marca de BBC Films. Esto último, sin duda, imprime carácter. Al igual que sucede con otros cineastas de la misma compañía, la realización de Mark Herman, un tanto fría, se aferra al clasicismo y sale bien parada y lo mismo cabe decir de la dirección artística: los decorados, construidos en Hungría, son excelentes y contribuyen a la verosimilitud del relato. En el reparto, sobresale Asa Butterfield en el papel de Bruno, que hace muy creíble a este niño introvertido, soñador y un tanto reacio a la doctrina que sostiene su familia. David Thewlis interpreta a su padre, un personaje en el que se alternan, sin aparente contradicción, la ternura, el refinamiento y la barbarie fanática. Pese a que su cometido es secundario, el verdadero triunfador del elenco es Rupert Friend, metido en la piel de un oficial de las SS que llega a helar la sangre del espectador.
En líneas generales, nos hallamos ante una película muy correcta, cálidamente alabada por la crítica británica, pero que tiene un inconveniente si pensamos en el espectador medio: la devastadora tristeza de su tramo final. Allí donde El pianista o La lista de Schindler dejan un resquicio para la esperanza y la redención del ser humano, El niño con el pijama de rayas plantea una lectura sincera, grave y definitivamente atroz del Holocausto. Tal como fue en realidad. (www.guzmanurrero.es)
ASPECTOS GENERALES
Berlín, década de 1940. Bruno, de ocho años, vuelve a casa después de jugar con sus amigos del colegio para descubrir una actividad febril: su padre, un oficial nazi, ha sido ascendido y su madre está preparando una fiesta. Bruno no entiende qué celebran ya que el nuevo destino de su padre es fuera de Berlín. Toda la familia tendrá que trasladarse al campo, obligándole a dejar la casa y los amigos que tanto adora. Su miedo a la soledad se confirma cuando la familia llega a su nuevo, aislado y siniestro hogar.
A Bruno le cuesta acostumbrarse a su nueva vida y se aburre cada vez más. No hay niños con los que jugar y su madre le prohíbe explorar los alrededores de la casa. Su hermana mayor, Gretel, no se molesta en hablarle: está demasiado ocupada con sus muñecas o hablando con uno de los hombres de su padre, el teniente Kotler. A Bruno le intriga la existencia de una especie de extraña granja que ve desde la ventana de su habitación, en la que todos sus habitantes parecen llevar pijamas de rayas. C uando intenta saber más cosas sobre la 'granja' le dicen que se olvide de ella y le prohíben acercarse por allí. Nosotros sabemos algo que Bruno no sabe, y es que la ‘granja´ es un campo de exterminio. Su madre también lo ignora. Cree que está viviendo junto a un campo de internamiento o de trabajo. Su marido ha jurado no revelar nunca su verdadero fin: una fábrica de matar diseñada para llevar a cabo la ‘Solución Final´, el exterminio sistemático del pueblo judío.
Bruno se hace amigo de Pavel, que trabaja en la cocina, que viste un pijama de rayas debajo del delantal. Mientras su madre está ausente de la casa, Bruno se cae del columpio del jardín y se hace un corte en la rodilla. Y es Pavel quien le cura la herida. Pavel le dice a Bruno que se dedicó a la práctica de la medicina y esboza una sonrisa cuando el niño le dice que no debía ser muy bueno si necesitaba practicar. T ras varias semanas dando vueltas alrededor de la casa, Bruno acaba desafiando a su madre y se cuela fuera de la casa por el jardín trasero en busca de aventuras. Deambula por los bosques y se topa con una alambrada. Al otro lado, un chico pequeño con un pijama de rayas está descargando escombros de una carretilla. Bruno está tan contento de haber encontrado alguien de su edad con quien jugar, que empieza a visitar todos los días a Shmuel, su nuevo amigo, sin decirle nada ni a sus padres ni a su hermana.
En las semanas siguientes, Bruno empieza a estar cada vez más inquieto por lo que ve y lo que escucha en casa y por lo que descubre en su vida secreta junto a la alambrada con Shmuel. Mientras su tutor le dice que los judíos son la encarnación del mal, su vínculo con Shmuel se va haciendo cada vez más fuerte. Es testigo de la brutal paliza que Pavel, el pinche de cocina, sufre a manos del imprevisible teniente Kotler. Además, su madre ha comenzado a darse cuenta de algunas cosas después de que una broma de muy mal gusto del joven teniente revele la verdadera fuente del nauseabundo humo que sale de las chimeneas del campo. Bruno también se siente algo confuso por los cambios que está sufriendo su hermana que, influenciada por las lecciones de su tutor y por la atracción que siente por el teniente Kotler, ha forrado las paredes de su habitación con propaganda nazi. El ambiente cada vez más enrarecido de su casa, junto con las historias que le cuenta Shmuel hacen que Bruno se pregunte si está sucediendo algo siniestro al otro lado de la alambrada, y si su padre es realmente el buen hombre que siempre había creído. Bruno se sorprende al ver a Shmuel limpiando la cristalería en su casa y le da un bizcocho, pero el teniente Kotler les sorprende juntos y acusa a Shmuel de robar comida. En lugar de defender a su amiguito del arrogante soldado, Bruno le dice al teniente Kotler que nunca había visto a Shmuel. Más tarde, atormentado por los remordimientos, Bruno visita varias veces la alambrada para pedir perdón a su amigo, pero el niño con el pijama de rayas no aparece. Cuando Shmuel vuelve por fin, su cara está marcada por una terrible herida causada por el puño del teniente Kotler, y Bruno siente una profunda lástima por él. Sin embargo, Shmuel le perdona y reanudan su amistad. Mientras tanto, la relación entre la madre y el padre de Bruno se ha vuelto tan tirante que su padre decide enviar a su familia a casa de una tía que vive en Heidelberg. El traslado, que Bruno había deseado desesperadamente desde que llegaron, es un duro golpe para él, ya que se da cuenta de que tendrá que separarse de su nuevo mejor amigo.
En uno de sus últimos encuentros, Bruno se entera de que el padre de Shmuel lleva tres días sin aparecer. Bruno promete ayudar a su amigo a buscar a su padre. Le parece una buena oportunidad para compensarle por haberle traicionado ante el teniente. El día del traslado a Heidelberg, Bruno se escapa para ver a Shmuel cargado con una pala y listo para embarcarse en una última aventura. Pero una vez que cruza la alambrada, Bruno se ve inmerso en una espeluznante carrera que decidirá su destino, el de su amigo y el de los inocentes que hay al otro lado de la alambrada.
EL ORIGEN DE LA PELICULA
Es una fábula cuya intención es proporcionar una perspectiva única sobre las consecuencias de los prejuicios, el odio y la violencia infligida a personas inocentes, particularmente en niños, en tiempos de guerra. A través de los ojos de un niño alemán de ocho años, a salvo de la terrible realidad de la guerra, somos testigos de la amistad prohibida que surge entre Bruno, hijo de un comandante nazi, y Shmuel, un niño judío preso en un campo de concentración. Aunque una alambrada les separa físicamente, las vidas de los niños acaba inevitablemente entrelazada.
“No es necesario decir que una historia de ficción que se desarrolla en el lugar y en el momento del Holocausto siempre levanta ampollas, y cualquier autor que decida escribir sobre este tema debe conocer muy bien cuáles son sus intenciones antes de empezar. Y puede que sea especialmente importante en el caso de un libro escrito para niños”, comenta John Boyne, el autor del libro. “A mí, un escritor irlandés de 34 años, me daba la sensación de que la única manera respetuosa de enfocar este tema era a través de la inocencia; una fábula contada desde el punto de vista de un niño ingenuo que no puede comprender los horrores del entorno en el que vive. Creo que esa inocencia es lo que mejor puede comprender alguien de mi generación en relación al horror de aquella época”.
Boyne continúa: “¿Qué sucede en este lugar?, se pregunta Bruno. ¿Por qué hay tanta gente al otro lado de la alambrada? Puede que sean preguntas sencillas, pero básicamente, ¿no son estas las preguntas que seguimos planteándonos hoy en día? Y puede que ese sea el trabajo de los escritores o de los artistas, seguir buscando respuestas, asegurarnos de que la gente sigue haciéndose preguntas para que nadie olvide nunca por qué tuvieron que formularse una primera vez.”
David Heyman, el productor de la saga de Harry Potter, llevaba tiempo interesado en la novela aunque fue el director y guionista Mark Herman quien compró los derechos del libro. Cuando él y Herman se reunieron y descubrieron que tenían ideas muy parecidas sobre el proyecto, decidieron trabajar juntos. Ambos reconocieron que una historia de ficción contada en el contexto del Holocausto podría ser muy polémica, pero a los dos les apasionaba la idea de llevar a la pantalla una historia dramática convincente y a la vez accesible con un mensaje importante y atemporal. Ambos estaban de acuerdo con Boyne en que cualquier intento de dilucidar el lado oscuro de la época nazi para las nuevas generaciones era tan legítimo como necesario: Nadie debería olvidar la historia ni repetirla.
“Cuando leí el libro, me imaginé inmediatamente la película”, afirma Mark Herman. “Pero también pensé que iba a ser muy complicado ya que se trataba de un material muy sensible”.
“Uno de los personajes de Graham Greene dice que el odio es falta de imaginación”, cuenta David Heyman. “Yo creo firmemente en ello, y también creo que la magnitud del Holocausto, toda la barbarie, el número de muertos, las vidas destrozadas... todo eso es imposible de medir, porque las cifras son realmente inconcebibles. Si intentas explicarle a un niño lo que ocurrió en una época no tan lejana, las cifras son demasiado elevadas para que lo entienda. Creo que John Boyne ha encontrado una manera increíblemente emotiva y efectiva de abordar el tema centrando su historia en dos niños y una familia”.
Heyman continúa diciendo: “Me atraen mucho las historias profundamente humanas, y ante todo esta es una historia humana. Aunque es una historia del Holocausto que se desarrolla en Alemania en la década de 1940, para mí, esta historia es intemporal. Con todos los conflictos que vivimos hoy en día, tanto en Ruanda, Somalia, Palestina, Israel, Darfur, Zimbabwe o Irak, me parece que esta historia es tan relevante ahora como en cualquier otro momento de la Historia. Nos ha tocado muy profundamente tanto a mí como a miles de lectores de todo el mundo. Esos niños tienen el potencial y la capacidad de superar las diferencias culturales e identitarias y de esta forma demuestran que los seres humanos pueden llevarse bien si nadie les anima a odiarse; que los gobiernos, las instituciones y los medios de comunicación pueden cultivar y cultivan el conflicto y la desconfianza. Son ideas muy actuales con una relevancia universal, y creo que esta historia las hace accesibles para todo el mundo”.
“El Premio Nobel Elie Wiesel dice que si no has estado allí, no escribas sobre ello”, comenta el autor John Boyne. “Y en cierto modo, estoy de acuerdo con él. Pero al mismo tiempo nos dicen que no debemos olvidar. Así que creo que a medida que van pasando las décadas, es responsabilidad de los artistas encontrar nuevas formas de contar esta historia, de recordar al mundo todas las personas que murieron. Si enfocas el tema sin explotarlo, intentando no trivializar sino contar la historia de otra manera para llegar a otro tipo de público, habrás logrado tu meta. A los niños que han leído mi libro siempre les digo: ‘Si te ha conmovido, si te ha interesado la historia de estos dos chicos, aquí tienes una lista de libros que deberías leer’. Y esos libros son de figuras como Wiesel, Primo Levi y Anna Frank, escritores que vivieron el Holocausto en sus propias carnes y que tienen autoridad moral para hablar sobre ello. Espero que los creadores actuales puedan lograr que los niños se interesen lo suficiente para querer leer otras cosas”.
Todos los miembros del equipo de producción que hay detrás de (El niño con el pijama de rayas) tenían muy claro que estaban rodando una historia de ficción y no un documental. Sin embargo, como el guión es histórico, todos fueron muy meticulosos a la hora de respetar el contexto en el que se desarrolla.
“Nos preocupaba muchísimo la autenticidad”, afirma Mark Herman. “Cuando estábamos realizando la adaptación, descubrí que los comandantes del campo de concentración juraban confidencialidad bajo amenaza de muerte para que sus actividades fueran del máximo secreto. Tenían prohibido contar a nadie, incluidas sus propias familias, en qué consistía su 'trabajo'. Esto fue de gran ayuda a la hora de escribir el guión, especialmente para explicar por qué el comandante no le había contado nada a su mujer sobre el programa de exterminio: Ella cree que se trata de un campo de trabajo y descubre la verdad por casualidad. Hoy en día, el público tiene la ventaja de saber lo que pasó en realidad, por lo que algunas cosas les resultarán obvias. Puede que los espectadores no comprendan que la mujer no lo supiese; estaba viviendo junto a un campo de concentración, así que tenía que saberlo. Pero algunas personas no sabían nada. En Auschwitz, por ejemplo, la mujer del comandante vivió prácticamente encima del campo durante dos años sin tener ni idea de que aquello era un campo de exterminio. Lo increíble de esta historia es que estos dos chicos, cada uno a un lado de la alambrada, no saben lo qué está pasando”.
“Mark ha hecho más hincapié en la historia de la familia al ofrecer el punto de vista adulto de la madre, que va descubriendo gradualmente lo que sucede en el campo. Esa parte de la historia está mucho menos desarrollada en el libro”, comenta la coproductora Rosie Alison de Heyday Films, que ha coordinado la documentación histórica de la película. “También ha añadido una película de propaganda nazi que descubrimos durante nuestro trabajo de documentación. Se trata de un repulsivo cortometraje de 14 minutos cuyo objetivo era mostrar cómo era la vida en los campos de concentración: actividades recreativas, comidas cordiales, caras sonrientes. Mark decidió rodar una versión de la película para que Bruno pudiera hacerse una idea de lo que era. De esa forma creía que sabía lo que pasaba en el campo ya que había visto el cortometraje. Esto hace que recupere por un momento la fe que tenía en su padre”.
Alison continúa: “Es una historia basada en hechos históricos, y la hemos tratado con el máximo respeto”, afirma. “Se trata de una historia contada de forma bastante indirecta. Casi hasta el final, todo lo que se ve es desde el otro lado de la alambrada, y lo que ocurre en el campo de concentración no se hace evidente hasta las últimas escenas. El aspecto más polémico de la película, y tal vez en el que nos hemos permitido cierta licencia artística, es la presencia de Shmuel en el campo de concentración. Esta es seguramente la parte de la película en la que la ficción y la realidad están más separadas, porque la terrible realidad es que la mayoría de los niños que llegaban a los campos eran asesinados de inmediato. Sin embargo, en 1944, en Auschwitz en particular, sobrevivieron algunos niños y hay casos aislados de niños a los que se mantenía con vida, tanto para realizar experimentos médicos con ellos como para trabajos específicos (como en el caso documentado de dos niños a los que se mantuvo con vida en Treblinka para dar de comer a los patos del estanque). Hay fotografías muy conocidas de niños supervivientes al llegar la liberación de los campos, pero es cierto que por lo general solían pasar directamente del transporte en el que llegaban a las cámaras de gas. Por eso la historia de Shmuel puede resultar algo inverosímil”.
“La Historia suele repetirse y creo que es muy importante que se hable de todos estos temas, como sea y por quien sea, siempre y cuando el contenido emocional sea real y verdadero”, afirma el productor David Heyman. “Esta es la historia de una familia normal, de gente normal que, a través de la ignorancia, la inocencia o una inquebrantable obediencia a la autoridad, independientemente de la crueldad de esa autoridad, encarna a la perfección la 'banalidad de la maldad' de Hannah Arendt. Espero que a la gente joven y al resto del público le llegue a emocionar la pelicula y así puedan comprender mejor el precio que se pagó por aquella tragedia y las consecuencias para los que vivieron aquella tragedia, ya sea sus autores como las víctimas.
La película la han realizado con gran honestidad y pasión personas que sienten un inmenso respeto y admiración por los que sobrevivieron, así como por aquellos que no lo hicieron. Creo que es muy importante mantener viva esta historia con el fin de que no se repita; cualquier paso que demos que pueda cambiar la visión del mundo de una persona merece la pena
REPARTO Y PERSONAJES
Dice el director Mark Herman: “Vimos a muchísimos jóvenes actores antes de decidir quién interpretaría a Bruno, el hijo del comandante del campo”. Yañade: “La primera película que recibí fue la de Asa Butterfield y fue la tercera persona a la que vi. Me pareció fantástico, pero seguimos buscando porque queríamos asegurarnos de que no nos dejábamos a nadie. Al final decidimos que sería él porque necesitábamos un niño que se comiese la cámara. Y Asa lo hace. Tiene la mezcla perfecta de inocencia y curiosidad que exige el papel, además de unos ojos penetrantes y observadores”.
“Mark me ayudó mucho diciéndome lo que tenía que hacer”, afirma el actor de 10 años Asa Butterfield. “Lo único que no me gusta de hacer películas es tener que repetir las escenas una y otra vez, ¡pero supongo que así son los rodajes!” Antes de trabajar en esta película, Asa ya sabía algo del contexto histórico de la película. “Sabía algunas cosas”, comenta. “Pero no sabía que se llamaba Holocausto. Casi me puse a llorar cuando leí el guión”.
Sobre el casting para Shmuel, el niño judío del otro lado de la alambrada, Herman comenta: “Vi a Jack Scanlon cuando el proceso de selección ya estaba bastante avanzando y habían pasado cientos de niños. Jack puede emocionar sin ser demasiado sentimental; tiene cierta dignidad natural. Pero era necesario comprobar que se producía química con nuestro Bruno antes de elegirle para interpretar el papel de Shmuel. Cuando reducimos el grupo de aspirantes a sólo tres, probamos diferentes parejas con Asa. Jack y Asa lo hacían muy bien juntos”.
Jack Scanlon, de ocho años, debuta en la gran pantalla en el papel de Shmuel. Su relato de esa época lo completa con una conclusión que demuestra que ha comprendido a la perfección la injusticia que vivieron las víctimas: “Los alemanes perdieron ante los ingleses en la Primera Guerra Mundial. Así que Hitler quiso vengarse cogiendo a todos los judíos y a la gente que estaba en contra de los alemanes metiéndolos en ‘guetos’. Luego los llevaron a los campos de concentración. Y Bruno cree que se debe a que los judíos son los que mejor trabajan. Pero en realidad, Hitler los interna para castigarles. Aunque no debería haber sido así, porque ¿qué mal han hecho?”
Para Gretel, el papel de la hermana de Bruno, Herman eligió a la joven actriz Amber Beattie. “Estuvo fantástica en las audiciones”, recuerda Herman. “Y al igual que Asa, Amber se convirtió en el modelo que sirvió de comparación para el resto de las candidatas. Pero ninguna consiguió superarla; se mantuvo en cabeza del pelotón durante todo el proceso. Amber es muy sincera, y al igual que Gretel, a pesar de que desprecia Bruno y se sienta atraída por la Juventud Alemana, a medida que la historia va desarrollándose, consigue ganarse nuestra simpatía”.
La adolescente Amber lloró leyendo el libro y cuando vio la película por primera vez. Su mensaje es sencillo pero acertado: “Creo que la Iección de la película es no juzgar a los demás, tratar a todos como iguales. Porque en realidad todos somos iguales”.
Al productor David Heyman le impresionó la buena relación de Mark Herman con el reparto, y en especial su habilidad para comunicarse con los miembros más jóvenes. “Es muy fácil consentirles o tratarles con condescendencia”, dice Heyman, “pero Mark no lo hizo. Trataba a los niños como personas maduras con sus propias decisiones e ideas; les trataba con el respeto que merecen y creo que los niños respondían de acuerdo a ese trato. Se daban cuenta de que estaban haciendo algo serio y dramático, algo que requería esfuerzo y atención, que merecía la pena y tenía un gran valor. Como resultado, trataban el trabajo con el mismo respeto con el que Mark les trataba a ellos. Mark Herman es un director muy compasivo – siente una verdadera compasión por los personajes sobre los que escribe y por lo actores a los que dirige”.
La actriz estadounidense Vera Farmiga interpreta a Elsa, la madre de Bruno y esposa del comandante. El director Mark Herman quería sacar provecho a las cualidades camaleónicas que habían despertado el interés de directores de la talla de Martin Scorsese y Anthony Minghella: “Lo que más me atrajo de Vera fue la forma de ponerse en la piel de los personajes que interpreta. Es totalmente diferente, casi irreconocible en todas sus películas. Aparecía todas las mañanas en el plató como una dama de los años 40 y era prácticamente imposible reconocer a Vera Farmiga. Tiene un físico muy europeo y es una fantástica actriz. Ha conseguido captar la ambigüedad moral y aporta una humanidad y una compasión muy particulares al papel de la esposa del comandante que va descubriendo poco a poco las cámaras de gas. Creo que Vera y David han hecho un trabajo mucho mejor de que lo nunca hubiese esperado”.
Vera Farmiga llevó a cabo una investigación exhaustiva para su papel, y su interpretación de Elsa es una amalgama de todos los diarios y periódicos que leyó: “Es una especie de mezcla de todas las mujeres del Tercer Reich, desde Paula Hitler hasta Emmy Goering, Magda Goebbels, Eva Braun o Leni Riefenstahl, de todas ellas. También estudié mucho la propaganda sobre la maternidad, el culto a la maternidad y lo que eso significaba, lo que se exigía a las madres y cuál era su posición en aquella época”.
“En cierto modo, Elsa es la guardiana de la alambrada; su misión es esconder su existencia y lo que hay detrás de ella, y cuando Bruno descubre la alambrada, su misión es impedirle que se acerque”, afirma Farmiga. “Hay un diálogo en la novela que, en mi opinión, es la clave del personaje de Elsa: poco después de llegar a la casa junto al campo de concentración, Bruno dice: ‘Pienso que esto no ha sido una buena idea’. Y su madre contesta: ‘No podemos permitirnos el lujo de pensar’”.
Farmiga continúa: “Elsa no piensa. No tiene opiniones propias, no analiza nada. Decide ignorarlo todo y preocuparse únicamente de la seguridad de su familia y de su posición social; todo lo demás queda al margen. Es una especie de cómplice y ayudante en lo que se refiere a los ideales de su marido, sus deseos, sus valores y sus ambiciones. Pero cuando empieza a abrir los ojos y a darse cuenta de lo que está sucediendo, cuando empieza a investigar, comienza a perderle el respeto a su marido y a desconfiar de él. Al final se rebela. Decide condenar lo que está sucediendo. Incluso intenta hacer ver a su marido el horror del que es responsable. Pero es demasiado tarde: creo que su comportamiento inicial al negarse a ver lo que estaba sucediendo delante de sus narices, al otro lado de la alambrada, le cuesta una vida. En cierto modo ella labra el destino de sus hijos, porque cuando empieza a investigar ya es demasiado tarde. Intuye algo; sabe que están tratando muy mal a la gente que está internada. Pero no quiere saber; no quiere verlo porque eso implicaría a su marido y a ella”.
Farmiga opina que la película atraerá e interesará al público actual en muchos sentidos: “El personaje de Elsa, con su indiferencia, apatía e ignorancia iniciales, es crucial a la hora de saber cómo se pudo asesinar a tantas personas ante los ojos de todo el mundo sin que nadie lo supiera. Porque esto está sucediendo en todo el mundo. Esta historia podría haberse basado en Irak, Afganistán, Kosovo o Darfur. Ese odio racial sigue existiendo".
David Thewlis interpreta al padre de Bruno, el comandante del campo de concentración. “Siempre he sido un gran fan de David”, afirma Herman. “Su papel es uno de los más difíciles, porque en la primera parte interpreta a un padre muy cariñoso y humano. Aunque los espectadores saben exactamente lo que hace este padre. En estas circunstancias interpretar a un hombre que lleva una vida familiar normal es muy complicado. David borda el papel de hombre cariñoso. No comprendes que alguien así pueda tener una parte oscura”.
“Creo que la diferencia en este guión es que está visto desde un punto de vista alemán, a través de los ojos de un niño alemán. Al principio parece que mi papel, el de un padre cariñoso (a pesar de que el espectador sabe desde el principio cuál es su trabajo), puede inspirar cierta compasión”, comenta David Thewlis. “El desafío no es interpretar a un típico y malvado nazi que tiene dos caras. En mis investigaciones descubrí que mi personaje estaba basado en hechos reales. En la película no se menciona qué campo de concentración es, pero es obvio que no es Auschwitz, porque entonces tendría que interpretar a Rudolf Hoess, que tenía cinco hijos que crecieron en Auschwitz, donde podían ver el crematorio. Y tampoco interpreto a Joseph Goebbels que se llevó a sus seis hijos al búnker al final de la guerra. Él y su esposa los envenenaron y luego se suicidaron. No es impensable que una historia como esta fuera real. Es una obra de ficción, pero está basada en situaciones bastante verosímiles. Sólo hemos aumentado la distancia entre la casa y el campo, que en realidad sólo estaban a unos metros”.
Thewlis continúa: “Hace años que no investigaba tanto para una película. Pero me sentía obligado a hacerlo. Normalmente me inspiro en alguien que forma parte de mi vida de alguna manera o en alguna persona que he conocido y la comparo con el personaje intentando aplicar sus características. Pero nunca he conocido a nadie que se parezca al personaje que interpreto en esta película. Resulta bastante complicado pensar en un padre cariñoso que se despide de sus hijos después del desayuno, y se va (literalmente) a la puerta de al lado para pasarse el día rodeado de terribles atrocidades. ¿Cómo se puede acostumbrar uno a eso?”
Al igual que Vera Farmiga, Thewlis leyó muchos documentos privados escritos por arquitectos y autores de la Solución Final a la hora de prepararse para su papel de comandante del campo de concentración: “Me dieron una carta que Rudolf Hoess había escrito a sus hijos justo antes de su ejecución. La carta estaba en la mesa de la cocina, y unos vecinos habían venido a verme. No les había contado en qué estaba trabajando. Vieron la carta y empezaron a leerla, y cuando la terminaron me miraron y me dijeron: ‘¡Qué carta más bonita y entrañable ha escrito este hombre a sus hijos! ¿Quién era? ¿Por qué iba a morirse? ¿Estaba enfermo?’. Les respondí: ‘Sí, ¡estaba MUY enfermo!’. No hay duda de que la carta está escrita por un hombre que siente un gran amor por sus hijos; todo está muy bien expresado y es muy conmovedora, casi poética. Intenten comprender a un ser humano, un ser humano sensible que sea capaz de hacer algo así. Yo no he encontrado nada con que justificarlo o perdonarlo. Pero mi trabajo consistía en encontrar algún rastro de humanidad en el personaje y no como lo que son, monstruos. Pero eran seres humanos. Y hoy en día, sigue habiendo gente como ellos”.
“Para mí, El niño con el pijama de rayas es interesante en muchos sentidos”, afirma Thewlis. “Está mi papel, que es bastante directo; luego está el de mi mujer, que acepta la idea de un campo de concentración pero que poco a poco empieza a darse cuenta de que estoy implicado en el genocidio, y se aprecia el efecto que eso tiene en nuestro matrimonio. También está mi hija, Gretel, que se siente atraída por la retórica, la política, la patria. Su flirteo con el joven soldado es casi una seducción ideológica. Su padre apoya totalmente al Reich, pero su madre odia todo lo que significa el fascismo y lo dice abiertamente. Así que dentro de una misma familia tenemos cinco o seis puntos de vista diferentes que van evolucionando a lo largo de la película. Además está Bruno, cuyo punto de vista cambia varias veces durante el curso de la historia hasta el final. En la película vamos asistiendo a la paulatina desintegración de la familia, y ese es el castigo por los pecados del padre”.
Para el papel del teniente Kotler, Mark Herman eligió al joven actor británico Rupert Friend. “Es un actor que pude hacer cualquier cosa”, afirma Herman. “Puede interpretar a una persona muy agradable y a otra absolutamente horrible. Y en este papel, es una persona horrible. Ha hecho un trabajo fantástico. Es escalofriante y peligrosamente seductor. Comprendemos perfectamente que una niña de la edad de Gretel pueda sentirse atraída por él y por lo que representa. Al mismo tiempo, Rupert pone al descubierto la gran vulnerabilidad del teniente Kotler en el 'interrogatorio' de su padre que se desarrolla durante la cena”.
El Teniente Kotler es el catalizador del romance de Gretel con la ideología nazi (descrito memorablemente por Sir Hugh Trevor-Roper como ‘una gigantesca aberración nórdica’) así como de la destrucción del matrimonio del comandante del campo de concentración. Friend describe su personaje como un miembro del “círculo íntimo” de la familia: “Es Kotler quien cuenta a la madre que lo que están haciendo es quemar los cuerpos de los judíos”, comenta. “Por lo tanto, el padre culpa a Kotler de la desintegración de su familia. Por supuesto, el padre es el que supervisa las atrocidades, pero culpa a Kotler de que su mujer se entere de lo que ocurre. Es el fin de la carrera de Kotler, porque el padre le envía a primera línea de fuego, lo que es prácticamente una sentencia de muerte”.
Junto con sus compañeros de reparto, Friend se dedicó a investigar para interpretar su papel estudiando de primera mano relatos y otros documentos que pudieran hacerle comprender el funcionamiento de las mentes de los asesinos: “El tema de la película es muy delicado, y por eso debíamos tratarlo con mucho cuidado”, nos cuenta. “Tenía que encontrar la forma de comprender la mentalidad del Partido Nazi, comprender por qué alguien querría obedecer las órdenes de implicarse en un genocidio sin hacer ninguna pregunta. Entre muchas cosas, leí una biografía del Comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess, y las maravillosas memorias de una niña que vivía en las montañas de Hitler. También leí algo sobre la psicología de la guerra y la forma en que los soldados se enfrentaban al acto de matar. Lo más aterrador de la gente que cometía estos crímenes es que eran seres humanos, eran hombres reales, que respiraban y pensaban. No estaban trastornados. Tal vez no tenían los mismos límites morales que nosotros, pero no hay duda de que eran seres humanos. Creo que es importante observarlos, sin simpatizar con ellos, con cierta humanidad para que podamos recordar que sólo estamos a un paso de una atrocidad como aquella”.
Al igual que John Boyne, autor de la novela, el actor David Hayman, que interpreta a Pavel, el simpático preso pinche de cocina, había visitado el campo de concentración de Auschwitz: “Hace muchos años estuve de gira en Polonia con una compañía de teatro y fui a Auschwitz”, comenta. “La visita me produjo un gran impacto. Dicen que los pájaros no cantan y que las flores no crecen Auschwitz. Y no es una leyenda, es la verdad. Cuando sales de allí sientes que algo ha cambiado en tu interior. Sientes la necesidad de hacer algo, cualquier cosa para desprenderte del horror que sientes. Creo que todos los colegios del mundo deberían llevar a sus alumnos a Auschwitz y decirles: ‘Esta es la inhumanidad del hombre con el hombre’. De esto es capaz el hombre, y no debemos dejar que vuelva a suceder nunca’. Por desgracia, sigue pasando. Está pasando ahora”.
LAS LOCACIONES
Todo el equipo creativo de la película, incluido el director de fotografía Benoit Delhomme, el diseñador de producción Martin Childs y la diseñadora de vestuario Natalie Ward, estaba decidido a aportar autenticidad, respeto y atención al detalle para recrear los periodos más oscuros de la Historia.
Hay que mencionar las emociones y el impacto que produjo el rodaje de la película, sobre todo en los miembros húngaros del equipo. “El equipo siempre fue consciente de que Hungría había apoyado a Alemania durante las dos Guerras Mundiales, y comprendía que la historia se ceñía a los años 40”, afirma el productor David Heyman. “Han pasado por regímenes muy autoritarios, y creo que se identificaban con lo que ocurrió en aquella época. Me di cuenta enseguida de los sentimientos encontrados que suscitaba esta película”.
El director de fotografía Benoit Delhomme había leído el libro de una vez y estaba entusiasmado con darle vida. “Esta no es una película de imágenes bonitas”, afirma David Heyman: “y Benoit ha conseguido captar de forma brillante todos los momentos de malestar, el horror pero también la belleza. Algunas veces el fotograma es un poco lioso; se ve un primer plano un poco borroso de la cabeza de un personaje. La imagen no siempre es clara, pero el plano habla por sí mismo”.
“Cuando comencé esta película”, comenta el diseñador de producción Martin Childs, “ya se había elegido Budapest. Viajé por primera vez allí para ver qué tipo de localizaciones había. Fue una visita muy productiva. Sabía que teníamos mucho trabajo por delante para que las cosas salieran bien pero la ciudad ya tiene ese aspecto tan centroeuropeo que encajaba perfectamente con la película. 'En el guión, parecía que los escenarios se diseñaban solos; la historia tiene una geografía bastante clara, con lugares diferentes que me parecían perfectos; todos los espacios encajaban muy bien, funcionaban a la perfección'.
Por ejemplo, las primeras escenas de la película son parte de un montaje de Bruno y sus amigos corriendo por las calles e imitando a los Messerschmitts. Se sienten atraídos por el ‘glamour’ de la guerra y vuelven a casa desde el colegio. Quería que su recorrido pasase por zonas diferentes de la ciudad: los barrios más ricos de Berlín y esos lugares por los que sus madres no querrían que pasasen. No queríamos un montaje de lugares emblemáticos, sino reflejar los diferentes estratos sociales en la primera secuencia de la película”.
“Lo primero, tenía que construir la casa del campo de concentración”, afirma Childs. “Quería encontrar algo que funcionase, pero al final la construimos de cero, al lado de un bosque, que era lo que la historia necesitaba. Tuvimos que investigar mucho para crear el campo de concentración, porque descubrimos que había muchas diferencias entre unos y otros, aunque todos tuviesen el mismo fin. Tuvimos mucho cuidado a la hora de diseñar la alambrada donde se conocerían Bruno y Shmuel, con un fondo gris y azul detrás de Shmuel y los verdes bosques detrás de Bruno. Como la historia se cuenta desde el punto de vista de Bruno, pasé mucho tiempo colocándome a su altura, arrodillándome para imaginarme los planos”.
“Tenía que parecer real, tenía que ser auténtico para que los espectadores se creyesen que estaban dentro de ese mundo”, comenta la diseñadora de vestuario Natalie Ward. “No es algo que necesite un enfoque muy imaginativo, porque queríamos que el público reconociese a estas personas. Se han hecho muchas películas sobre esa época, pero aunque creemos saber cómo era, queríamos hacerlo de la forma más perfecta posible. Una vez que empezamos a centrarnos en los detalles nos dimos cuenta de que no sabíamos tanto como pensábamos. Por eso hice miles de preguntas e investigué muchísimo”.
En cuanto a los platós de las últimas escenas de la película, el diseñador Martin Childs sabía que necesitaría el mayor grado posible de autenticidad. “Para el escenario de la antesala de la cámara de gas y la propia cámara de gas, tuve que investigar muchísimo, y no fue nada agradable”, comenta. “Hay una conocida fotografía de la cámara de gas de Auschwitz que se parecía extrañamente al sótano que había debajo del estudio en el que estábamos rodando algunas escenas. Pudimos modificarlo y afortunadamente no tuvimos que construir una cámara de gas de la nada”.
“Ahora hay muchísimos libros y muchas pruebas contrastadas recopiladas por documentalistas y grupos judíos que intentan poner en contexto al Holocausto. Como tema y época de la Historia, existe mucho material que hace referencia a este periodo”, afirma el director de supervisión artística Rod McLean. “El documental de 1955 de Alain Resnais "Noche y Niebla" provocó un gran impacto. Nunca estás preparado para ver algo así. Así que aunque hay mucho material de investigación disponible, las imágenes y las descripciones siguen impactando; tardas unos cuantos días en recuperarte después de acceder a todo esto.
Budapest, la capital de Hungría, fue elegida como localización de la película porque la geografía de la ciudad y de los alrededores encajaban muy bien con las necesidades visuales y cinemáticas del guión y del rodaje. Sin contar con un presupuesto muy bien ajustado y la posibilidad de disponer de excelentes profesionales y estudios. Lo que no habían previsto los directores de fotografía era la reacción extremadamente visceral de muchos de los miembros del reparto y del equipo al saber que esta historia se iba a rodar en un país en el que se habían llevado a cabo todas estas atrocidades, cuando el caos de la Segunda Guerra Mundial se apoderó del país y de su pueblo.
Ubicada a ambas orillas del Danubio, Budapest une las colinas de Buda y los bulevares de Pest. Aunque durante la Segunda Guerra Mundial, y más adelante, en la Revolución de 1956, se destruyeron alrededor de 30.000 edificios, siguen quedando detalles arquitectónicos de las estructuras. La ciudad ha servido como localización para muchas producciones internacionales, interpretando a Londres, París, Berlín Oriental y Occidental e incluso Buenos Aires.
Después de una extensa búsqueda, el director Mark Herman, que volvía de una misión de reconocimiento, dio con la localización del exterior de la casa de Berlín en una transitada calle del distrito de Zugló, en Budapest. Los interiores de la casa se filmaron en el Castillo Sacelláry, que está reformado y situado en Budafok, el distrito XXII de Budapest.
En el montaje inicial, un complejo de edificios que era como una ciudad dentro de una ciudad sirvió para rodar las redadas nazis de residentes judíos. Los colegiales, imitando a pilotos de aviones de caza, vuelan por una elegante plaza que está justo detrás del Hotel Kempinski y pasan al otro lado, en una zona anexa a la Opera.
Después de recorrer la zona más próxima buscando de todo, desde refugios de caza hasta estaciones de tren, el director Mark Herman y el diseñador de producción Martin Childs decidieron construir el exterior de la casa del campo de concentración del comandante en las tierras del orfanato de Fót, conocido como la “Ciudad de los Niños”. Los bosques de la “Ciudad de los Niños” se utilizaron para crear el tramo que recorre Bruno para ir y volver a la alambrada donde se encuentra con Shmuel.
Los barracones donde se filmaron las escenas del campo de concentración fueron construidos para la película de John Huston, "Escape a la victoria". Desde entonces, han sido modificadas en varias ocasiones para cumplir con las necesidades de diversas producciones húngaras e internacionales.
Los escenarios de las habitaciones de los niños se construyeron en el recién reformado Lloyd Studio. Las últimas semanas de rodaje tuvieron lugar en el Róna Street Studio de Mafilm.
ACERCA DE LIBRO
LA VIDA ESTÁ EN OTRA PARTE por Daniela Vilaboa
Con más de seis ediciones en español, una treintena de otros idiomas a los que espera ser traducida, y un contrato con Miramax para ser llevada al cine, la última novela del irlandés John Boyne se erige como un interesante relato alegórico de uno de los momentos más atroces de la historia de la humanidad.
“Nada de prosa del espanto, nada de crepúsculo de los dioses recalentado. Lo vi todo, pero no escribí nada sobre ello”. Mi siglo. Gunter Grass
Hay acontecimientos que funcionan como puntos de inflexión en la vida de las personas, pues se insertan en el vasto terreno de la memoria con el mismo embate con el que una cuña se clava en el mármol liso de una roca y agrieta su superficie. Así es como a veces un ínfimo contacto entre Uno y “el afuera” puede torcer para siempre la dirección de un espíritu que permanecía sosegado. Ahora bien, la dimensión o la relevancia de ese quiebre está –en gran medida– en directa relación no sólo con el peso específico del acontecimiento que irrumpe, sino también con el mayor o menor grado de desconocimiento respecto del mismo con el que se haya vivido hasta ese momento. Sin embargo, aún cuando algo de su mesura haya podido preverse o quizás intuirse, la textura de la realidad palpada de cerca resulta siempre una verdad irrefutable.“Llegamos vírgenes a todos los acontecimientos de la vida”, decía la belga Marguerite Yourcenar, aunque hay –por cierto– algunas virginidades que duelen más que otras cuando se pierden, pues son como cruzar el cerco de una frontera, cuya intimidante estructura no permite augurar grandes destellos de felicidad más allá del horizonte. Algo de esa inocencia vulnerada intenta recuperar la quinta novela del joven escritor irlandés John Boyne, El niño con el pijama de rayas, que ya lleva seis ediciones en España y que permaneció primera en ventas durante 35 semanas en su país de origen. Y lo hace a partir de la historia de un niño de nueve años, Bruno, quien, entre la impavidez y la inquietud, se vuelve testigo –y parte– del derrumbe irrevocable de su tranquilidad cotidiana. La novela es el despliegue en el tiempo de esa trayectoria, de ese pasaje que se opera en Bruno a partir de una intempestiva mudanza que lo obliga, junto a su familia, a cambiar de ciudad. Una migración que comienza, con el correr de los días, a producir modificaciones tanto dentro del mundo familiar y rutinario del pequeño, como dentro de su universo simbólico, y a las que el niño deberá hacerle frente solo. La presencia de un extraño cerco junto al fondo de su nueva casa se convierte en el disparador de una miríada de preguntas, cuya respuesta final sólo puede hallarla en un punto de no retorno. Bruno percibe que existe otra vida más allá de esa frontera, una vida que lo inquieta, que lo perturba y que lo llama, pero no termina de decodificar con claridad las señales que desde allí le llegan. En gran medida por su corta edad, en parte porque vive bajo el peso de una figura paterna retórica y represiva, que se ocupa de tergiversarle el mundo que lo circunda, y asimismo porque algo de sí aun se resiste a saberlo. Estos sentimientos encontrados libran una batalla en su interior, en la que finalmente uno de ellos termina por vencer al resto, a instancias de la amistad que de pronto surge entre Bruno y un niño que habita del otro lado de la verja, y que los enfrenta a ambos a un vínculo especular que será determinante para resolución del conflicto. Esto que en principio parece la trama de un relato simple, con elementos fantásticos, tal vez, o propios de la literatura juvenil, pronto deja traslucir un registro más alegórico que realista, aun cuando da cuenta en su trasfondo histórico de una realidad apodíctica. La novela se mueve lingüísticamente con un tono llano, alejado de cualquier esbozo de manierismo, pues aspira a reproducir algo de esa mirada ingenua que aqueja a un niño de nueve años al enfrentarlo a la cara más inquietante y ominosa del mundo que habita, a su sino trágico. Pero esta nota no va a dar cuenta de ello, así como tampoco lo hace el editor desde la contratapa del libro, en un claro gesto de respeto hacia las decisiones estilísticas que el autor acertó a tomar al momento de la escritura, en pos de una mejor articulación entre la forma y el fondo de la cuestión. Pues, en definitiva, lo que El niño con el pijama de rayas intenta no es hundirnos a los lectores en la negrura de las grietas del mármol resquebrajado, sino mostrarnos el instante previo al golpe de la cuña y la imposibilidad de que frente a tamaño azote el mundo decida mirar para otro lado.
3 comentarios:
bueno me encanto como hiceron la peli y felicitaciones ,pero eso si les falto especificar bien los lugares
me encanta son los mejores¡¡!!
no se especifica si la madre de Bruno es conciente de que la "granja" es un campo de exterminio ya que se narra la historia desde el punto de vista inocente de el niño, pero, al menos si has leído el libro, se puede suponer que Madre sí es consciente de lo que sucede, aunque no se oponga en ningun momento y apoya el trabajo de su marido.
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