PRESENTACION

Intentaremos presentar en este blog material fílmico para aproximarnos al conocimiento de la historia del antisemitismo, nazismo,, el genocidio judío (Shoá) - definido por algunos autores como uno de los hechos trascendentales del siglo XX por su magnitud, significación y proyección en el futuro - y todo tipo de discriminación.
Este es un aporte a la lucha contra el olvido y la negación, al fortalecimiento de la memoria para evitar que estos hechos se repitan y un homenaje a las víctimas y los sobrevivientes que nos permiten a través de sus testimonios, experiencias y vivencias mantener vivo el recuerdo y la fortaleza de espíritu en esta lucha por el Nunca más!!

BIENVENIDOS!!

Esperamos que la visita les permita encontrar material útil a sus objetivos, tanto personales como profesionales...Bienvenidos!!

miércoles, 27 de febrero de 2008

NOCHE Y NIEBLA


Título original: Nuit et brouillard. Año: 1955
Origen: Francia. Duración: 32 min.
Blanco y Negro - color. Idioma: francés
Premio Jean Vigo a mejor película de cortometraje documental 1956
EQUIPO TÉCNICO
Director: Alain Resnais
Guión: Jean Cayrol
Productores: Anatole Dauman / Samy Halfon / Philippe Lifchitz
Música original: Hanns Eisler
Fotografia: Ghislain Cloquet - Sacha Vierny
Editor: Alain Resnais
Directores de segunda unidad: André Heinreich / Jean-Charles Lauthe / Chris Marker
Departamento de sonido: Jacqueline Chasney / Henri Colpi
Efectos especiales: Henry Ferrand
Orquestración: Georges Delerue
Consultores historicos: Henri Michel / Olga Wormser
Narracion: Michel Bouquet

COMENTARIO
Como si fuera una alegoría al significado universal que representa, la sigla N.N, identifica las iniciales de "Noche y Niebla" (en alemán Nacht und Nebel). Este film encierra en tan sólo 32 minutos de duración "una meditación sobre los hechos más atroces del siglo XX", tal como lo definiera Francois Truffaut.
En manos de Resnais, el tema se convierte en un alucinante contrapunto de imágenes mostrando los campos de concentración de Auschwitz o Buchenwald, con sus barracas y edificios abandonados rodeados por una naturaleza luminosa y estival e intercalando trozos de documentales bañados entre el gris y el verdoso, única manera posible para registrar el macabro desfile de muerte, impudicia y miseria.
Todo el film está construido con un mecanismo preciso, usando la máxima objetividad que puede pedirse ante tamaña atrocidad. Lentos desplazamientos de cámaras, repetición de imágenes, donde sólo varía el encuadre, afán por detallar los objetos como si en ellos quedara aún palpitante la angustia y el sufrimiento humanos...
Fue sin duda una larga noche de bruma, de esas que para no avergonzarnos queremos relegar en el olvido, aunque conviene que no sea definitivo, porque como se dice en el film, "...aquella noche y aquellos lugares sintieron correr un agua fría y opaca como nuestra mala memoria".
"Noche y Niebla" es un consciente y desgarrador interrogante sobre el destino del hombre, una película bella e intensa, quizá la mejor realización sobre el Holocausto y las atrocidades de la guerra.

Guión de la película - Jean Cayrol, de la Academia Francsa
Incluso un paisaje tranquilo.
Incluso una pradera con vuelo de cuervos, con cosechas y con fuegos de hierba.
Incluso una carretera por donde pasan coches, campesinos, parejas.
Incluso un pueblo de veraneo con una feria y un campanario, pueden conducir sencillamente a un campo de concentración.
Struhof, Oranienburg, Auschwitz, Neuengamme, Belsen, Ravensbruck, Dachau fueron nombres como los otros sobre los mapas y las guías.
La sangre se ha coagulado, las bocas se han callado, los bloques sólo son visitados por una cámara. Una extraña hierba ha crecido y ha cubierto la tierra gastada por el paso de los concentrados. Los edificios: la corriente ya no pasa por los cables eléctricos.
El nuestro es el único paso.

La máquina se pone en marcha. Se necesita una nación sin notas discordantes, sin querellas. Todos manos a la obra.
Un campo de concentración se construye como un estadio, o un gran hotel: con contratistas, con presupuestos, con competencia; sin duda con gratificaciones. Ningún estilo obligado. Se deja libertad a la imaginación. Estilo alpino, estilo garaje, estilo japonés, sin estilo. Los arquitectos inventan tranquilamente los porches destinados a ser atravesados una sola vez.
Durante ese tiempo, Burger, socialista alemán; Stern, estudiante judío de Amsterdam; Schmulszki, comerciante de Cracovia; Annette, colegiala de Burdeos, vivían su vida cotidiana, sin saber que a mil kilómetros de distancia tenían ya un lugar asignado. Y llega el día en que los bloques se han terminado, solamente faltan ellos. Capturados de Varsovia. Deportados de Lodz, de Praga, de Bruselas, de Atenas, de Zagreb, de Odesa o de Roma. Internados de Pithiviers. Capturados de Vel de Hiv. Resistentes reunidos en Compiegne, la multitud de los capturados con las manos en la masa, de los capturados por error, de los capturados por casualidad inicia la marcha a los campos.
Trenes cerrados a cal y canto.
Acumulación de los deportados, cien por vagón. Ni día ni noche, el hambre, la sed. La asfixia, la locura. Cae un mensaje, a veces recogido. La muerte hace su primera selección. Una segunda se hace a la llegada en la noche y la niebla.

Hoy, sobre el mismo camino, es de día y brilla el sol. Lo recorremos lentamente, en busca ¿de qué? ¿De las huellas de los cadáveres que se desplomaban al abrir las puertas?
O bien del paso de los primeros descendidos, empujados a culatazos hasta la entrada del campo, entre los ladridos de los perros, los resplandores de los proyectores y, a lo lejos, la llama del crematorio, en una de esas escenografías nocturnas que tanto gustaban a los nazis.

Primera mirada sobre el campo: es otro planeta. Bajo pretexto higiénico, la desnudez; de buenas a primeras, entrega al campo de un hombre ya humillado. Rapado, tatuado, numerado, atrapado en el juego de una jerarquía todavía incomprensible, cubierto del hábito azul a rayas, clasificado a veces "Nacht und Nebel': "Noche y Niebla".
Marcado con el triángulo rojo de los "políticos': el deportado afronta al principio los triángulos verdes de los delincuentes comunes, señores entre los infrahombres.
Por encima: el kapo; casi siempre un delincuente común. Por encima todavía: el SS, el intocable. Se le habla desde tres metros. En lo alto: el comandante, preside lejano los ritos. Afecta ignorar el campo. No lo ignora.
Inútilmente intentamos descubrir los restos, la realidad de los campos, despreciada por los que la fabrican, incomprensible para los que la sufren. Ninguna imagen puede devolver su verdadera dimensión a esos bloques de madera, a esas camas de madera donde dormían tres, a esas madrigueras donde se escondían, donde comían a hurtadillas, donde el mismo sueño era una amenaza, la de un miedo ininterrumpido.
Haría falta el jergón que servía de despensa y de caja de caudales, la manta por la cual se peleaban, las denuncias, las blasfemias, las órdenes retransmitidas en todas las lenguas, las bruscas entradas del SS con ganas de controlo de broma.
De este dormitorio de ladrillo, de esos sueños amenazados, solamente podemos mostrar la corteza, el color. Este era el decorado: edificios que podrían ser cuadras, granjas, talleres. Un terreno pobre convertido en solar, un cielo de otoño indiferente, esto es todo lo que nos queda para imaginar una noche surcada de llamadas, de controles, de piojos; una noche que hace castañetear los dientes; hay que dormir rápidamente. Despertarse a golpes; se empujan, se buscan las cosas robadas.
Las cinco. Interminable reunión sobre la Appel-platz. Los muertos de la noche siempre falsean las listas. Una orquesta toca una marcha de opereta a la salida para la cantera, para la fábrica.

Trabajo en la nieve que enseguida se convierte en barro helado.
Trabajo en el calor de agosto, con la sed y la disentería. Tres mil españoles murieron para construir esta escalera que lleva a la cantera de Marienbad.
Trabajo en las fábricas subterráneas. Mes a mes se soterran, se hunden, se esconden, matan. Las fábricas llevan nombres de mujer: Dora, Laura.
Pero estos extraños obreros de treinta kilos son poco seguros. Y el SS los espía, los vigila, los reúne, los inspecciona y los registra antes de volver al campo. Pancartas de estilo rústico mandan cada uno a su casa. Al kapo sólo le resta hacer el recuento de sus víctimas de la jornada.
El deportado encuentra de nuevo la obsesión que dirige su vida y sus sueños: comer.
La sopa. Cada cucharada de sopa no tiene precio. Una cucharada de menos, es un día menos de vida. Se cambian dos, tres cigarrillos por una sopa.
Muchos, demasiado débiles, no pueden defender su ración contra los golpes y los ladrones. Esperan que el barro, la nieve, se los lleve. Estirarse en cualquier parte y tener una agonía propia.

Las letrinas, los abortos. Esqueletos con vientre de bebé iban allí siete, ocho veces por noche. La sopa era diurética. Desgraciado aquel que encontraba un kapo borracho al claro de luna. Se miraba con miedo, se espiaban síntomas muy pronto familiares: sangrar era signo de muerte. Mercado clandestino: se vendía, se compraba, se mataba en silencio. Se visitaban. Se corrían las falsas y las verdaderas noticias. Se organizaban grupos de resistencia.
Una sociedad tomaba forma. Una forma esculpida en el terror, menos loca sin embargo que el orden de los SS que se expresaba en estos preceptos:
"La limpieza es salud." "El trabajo es libertad."
"A cada uno su merecido."
"Un piojo es tu muerte ... " ¡Y un SS qué!
Cada campo reserva sorpresas: Una orquesta sinfónica. Un zoo.
Invernaderos donde Himmler cultivaba plantas frágiles. El castaño de Goethe en Buchenwald. Construyeron el campo en torno, pero respetaron el castaño.
Un orfanato efímero, constantemente renovado. Un bloque especial para los inválidos.
Entonces el mundo verdadero, el de los paisajes tranquilos, el del tiempo de antaño, puede aparecer a lo lejos, no tan lejos.
Para el deportado, era una imagen.
El solamente pertenecía a este universo cerrado, acabado, limitado por los miradores desde donde los soldados vigilaban el buen aspecto del campo, vigilaban incesantemente a los deportados, los mataban a veces, por aburrimiento. Cualquier pretexto era bueno para molestias, para castigos.
Para humillaciones.

Las llamadas horas duras. Una cama mal hecha: veinte palos. No hacerse notar, no mostrarse ante los dioses. Tienen su cadalso, su terreno para matar. Este patio del bloque 11, escondido a las miradas, dispuesto para el fusilamiento, con las paredes protegidas de las señales de las balas; este castillo de Hartheim, donde autocares de cristales oscuros conducen viajeros que nunca se volverán a ver.
Transportes negros que salen de noche y de los cuales nadie sabrá nunca nada.
Pero un hombre es increíblemente resistente: con el cuerpo quemado por el cansancio, el espíritu trabaja, las manos cubiertas de vendas trabajan, se fabrican cucharas, marionetas que se esconden, monstruos, cajas. Se consigue escribir, tomar notas, ejercitar la memoria con sueños.
Se puede pensar en Dios.
Incluso se llega a organizarse políticamente, a disputar a los delincuentes comunes el control interior de la vida del campo, se cuida de los camaradas más débiles, se crea un sistema de ayuda. Como último recurso, se lleva angustiosamente a los más amenazados al hospital, al “Revier”.
Acercarse a esta puerta, era la ilusión de una verdadera enfermedad, la esperanza de una cama. Era también el riesgo de una muerte por inyección.
Los medicamentos son ridículos. Las vendas de papel. La misma pomada sirve para todos los enfermos, para todas las llagas. A veces el enfermo, hambriento, se come las vendas. Al final todos los deportados se parecen. Se alinean sobre un modelo sin edad que muere con los ojos abiertos.
Había un bloque quirúrgico. Por poco uno se creería ante una verdadera clínica. Doctor SS, enfermera inquietante.
Hay un decorado, pero detrás...Operaciones inútiles, amputaciones, mutilaciones experimentales. Los kapos, como los cirujanos SS podían entrenarse, adquirir un oficio.

Las grandes fábricas químicas envían al campo muestras de sus productos tóxicos. O bien compran directamente un loe de deportados para sus pruebas. De esos cobayos, algunos sobrevivirán, castrados, quemados con fósforo. Hay algunos cuya carne quedará marcada para toda la vida, a pesar del regreso.
De esos hombres, de esas mujeres, las oficinas administrativas conservan sus rostros, depositados a la llegada. También se han depositado los nombres. Nombres de veintidós naciones. Llenan centenares de registros, millares de ficheros. Un trazo rojo señala los muertos. Los deportados llevan esa contabilidad delirante, siempre falsa, bajo la mirada de los SS, y de los kapos privilegiados. Esos son los "prominentes", la élite del campo.
El kapo tiene su propia habitación donde guardar sus cosas y recibir de noche a sus jóvenes favoritos.
Muy cerca del campo, el comandante tiene su villa, donde su esposa contribuye a mantener una vida familiar y a veces mundana, como en cualquier otra guarnición. Quizás ella se aburre un poco: la guerra parece que no quiere acabar. Más afortunados, los kapos tenían un burdel. Prisioneras mejor alimentadas, pero destinadas, como las otras, a la muerte.
A veces, de estas ventanas ha caído un pedazo de pan para una camarada del exterior.
De esta forma, los SS habían llegado a reconstituir en el campo una verdadera ciudad, con hospital, barrio reservado, e, incluso -sí - una cárcel.
Inútil describir lo que ocurría en sus calabozos.
Cajas calculadas para no poder estar de pie ni acostado; hombres y mujeres fueron atormentados conscientemente durante días. Las bocas de ventilación no retienen el grito.

1942. Himmler visita los campos.
Es preciso aniquilar, pero productivamente. Dejando la productividad a sus técnicos, Himmler se ocupa del problema del aniquilamiento .
Se estudian planos, maquetas. Se ejecutan, y los mismos deportados participan en los trabajos.
Un crematorio podía tener, si era preciso, un agradable aire de tarjeta postal. Más tarde (hoy) los turistas se hacen allí fotografías.
La deportación se extiende a toda Europa.
Los convoyes se extravían, se detienen, vuelven a salir, son bombardeados, llegan finalmente.
Para unos ya está hecha la selección.
Para los otros, se elige enseguida. Los de la izquierda irán a trabajar. Los de la derecha ...
Estas imágenes están tomadas unos instantes antes de una exterminación.
Matar a mano lleva demasiado tiempo. Se encargan cajas de gas zyklon. Nada distinguía la cámara de gas de un bloque ordinario.
En el interior, una falsa sala de duchas acogía a los recién llegados.
Se cerraban las puertas. Se observaba.
El único signo, pero hay que conocerlo, es el techo arañado por las uñas. Incluso el cemento se desgarraba.

Cuando los hornos no bastaban, se levantaban hogueras. Los nuevos hornos conseguían, sin embargo, absorber millares de cuerpos por día.
Todo se recupera ...
Estas eran las reservas de los nazis en guerra, sus graneros, de los cabellos de mujer. .. a quince pfennings el kilo ...se hacían tejidos. Con los huesos ... abonos. Al menos se intentaba. Con los cuerpos ... es difícil decirlo ... con los cuerpos, se quería fabricar jabón.
En cuanto a la piel. ..

1945. Los campos se extienden, están llenos. Con ciudades de cien mil habitantes. Completos en todas partes.
La gran industria se interesa por esta mano de obra indefinidamente renovable. Las fábricas tienen su campo personal prohibido a los SS.
Steyer, Krupp, Heinckel, I.G-.Farben, Siemens, Hermann Goering, se aprovisionan en estos mercados. Los nazis pueden ganar la guerra. Esas nueva ciudades forman parte de su economía.
Pero la pierden.
Falta el carbón para los crematorios, falta el pan para los hombres, los cadáveres atestan las calles de los campos ... El tifus ...

Cuando los aliados abren las puertas ... Todas las puertas ...
Los deportados miran sin comprender.
¿Están libres? ¿Les reconocerá la vida cotidiana?
"Yo no soy responsable" (dice el kapo)
"Yo no soy responsable" (dice el oficial)
"Yo no soy responsable ... "
Entonces, ¿quién es responsable?
En el momento en que os hablo, el agua fría de los pantanos y de las ruinas llena el hueco de los mataderos.
Un agua fría y opaca como nuestra mala memoria.
La guerra se ha amodorrado con un ojo siempre abierto.
La hierba fiel ha crecido nuevamente sobre las Appelplatz, en torno a los bloques; un pueblo abandonado, lleno todavía de amenazas. El crematorio ya no se usa.
Las astucias nazis han pasado de moda.

Nueve millones de muertos acechan este paisaje.
¿Quién de nosotros vigila en este extraño observatorio
para advertirnos la llegada de nuevos verdugos? ¿Tienen ellos realmente otra cara que la nuestra?
En alguna parte, entre nosotros, hay kapos afortunados, jefes recuperados, denunciadores desconocidos.
Hay todos aquellos que no lo creen, o solamente de vez en cuando.
Y estamos nosotros que miramos sinceramente estas ruinas como si el viejo monstruo concentracionario estuviera muerto bajo los escombros; nosotros que fingimos recuperar la esperanza ante esta imagen que se aleja, como si uno se curara de la peste concentracionaria; nosotros que fingimos creer que todo eso pertenece a un solo tiempo y a una sola nación, y que no pensamos en mirar a nuestro alrededor y que no oímos que se grita interminablemente.

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